Lo malo de querer a las personas es el momento en que se marchan y lo único que queda es extrañarlas todo el maldito tiempo. Pero qué podía hacer, hay gente que simplemente se cuela en tu corazón, se aferra a tus huesos y logra hacerse un lugar permanente en él. Me resistí tanto a enamorarme de Pao porque era consciente que el día que se fuera mi alma reclamaría su compañía, mas no escuché mi propia advertencia y ahora no podía sacarla de mi cabeza.
Mis ojos la buscaban cada que una puerta se abría, mi esperanza se encendía cada que un mensaje llegaba. Había sido protagonista de muchas despedidas, unas me golpearon más que otras, pero tanta práctica no sirvió para hacer más llevadera su ausencia.
Resoplé cansado, echando la mirada al techo. De forma involuntaria me pregunté dónde estaría. Cerré los ojos lamentándome por ser tan débil, animándome con la falsa motivación de que todo se arreglaría. ¿Qué si no? La sola posibilidad me dolió. Yo sabía que una relación no lo es todo, pero Pao era más que mi novia, era mi mejor amiga, mi ancla, mi mayor apoyo, mi confidente, ¿cómo alguien se recupere de perder todo en un minuto?
Achú. Maldita sea. Y para acabarla, ni siquiera puedo tener mi momento dramático como Dios manda, me quejé.
—Parece que alguien no escuchó el pronóstico.
Giré la cabeza al escuchar esa voz, y la sorpresa no se debió a que no pude reconocer de quién se trataba, todo lo contrario. Hasta consideré mi temperatura se había elevado a niveles peligrosos, tanto que ahora estuviera delirando y que la figura de Alba atravesando la puerta fuera producto de mi imaginación. Aunque cobró un poco de sentido cuando divisé la seguía Miriam, empujando una carriola enorme que pareció atorarse en la entrada.
—Pero debió ser otro día porque hoy está radiante —comentó extrañada Miriam, agradeciéndole con una sonrisa a su amiga por la ayuda. Estudió los rayos de sol que se colaba por el escaparate.
—Es lo malo de no tener un gato con vocación de meteorólogo —comenté, saludándolas. Alba afiló su turquesa mirada, reprendiendo el chiste porque la relación con su mascota no era su tema favorito—. Lila lo único que detecta es cuando es quincena para exigirme le compre otra bolsa de croquetas —hablé para mí mismo, riéndome por su habilidad.
Otro estornudo lo arruinó. Esta vez la que se echó a reír maliciosa fue la pelirroja.
—Pero no quisiste quedarte en casa —comentó.
Fruncí las cejas ante la mención.
—¿Cómo sabes eso? —cuestioné extrañado porque pude enfermarme en otras condiciones y no les había contado salí durante la semana.
—Me hago una idea —respondió, encogiéndose de hombros—. Apuesto que teniendo cientos de días cálidos te dio por dar un paseo cuando casi nevó —acertó.
—Dios, me dueles Alba —lamenté—. Tal vez tanto como el cuerpo en este momento.
—¿Sabes que es bueno para estos casos? —intervino Miriam con ese tono maternal que la caracterizaba desde antes de que se convirtiera en mamá—. Una infusión caliente de canela —me recomendó. Asentí, agradeciendo el consejo, me propuse prepararlo si es que encontraba canela en la cocina. Agua sí había. Sin embargo, no fue necesario, porque para mi sorpresa, ella misma me cedió un termo que llevaba guardado en una enorme mochilera—. Una suerte que tenga un poco para ti.
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El club de los rechazados
RomanceUn inesperado accidente cambió la vida de Emiliano. Abrumado por la soledad decide descargar una aplicación que jura arreglar sus líos amorosos. Funciona. La mujer que ha amado en secreto por años comienza a mostrar interés por él, una buena notici...