Es gracioso la manera en que muchas veces la soluciones se encuentran frente a nosotros y las dejamos escapar por distraídos. No pude retener una carcajada al descubrir la facilidad con la que los misterios podrían resolverse si nos atreviéramos a intentar lo evidente, esa opción que rechazamos por descarte.
—¿Qué te causa tanta risa? —escupió mamá, molesta al escucharme reírme mientras ella acomodaba las cajitas con ensalada de pollo en el refrigerador. No le gustaba que perdiera el tiempo, era una pena que lo hiciera por el simple hecho de respirar.
—Mandaron arreglar este celular por un problema en la señal —platiqué divertido colocándole con cuidado la carcasa. Mamá alzó su ceja sin comprender dónde estaba el chiste, aún estaba en el primer acto—, pero solo tenía el chip al revés. Esto es lo que llamo yo un plot twist costoso.
—¿Se lo vas a cobrar? —preguntó asombrada porque no me había demorado ni dos minutos deducirlo. No me costó responder, tenía muy claro lo que haría.
—Sí, yo fui quien lo descubrí —alegué de buen humor. No era de la idea de regalar mi trabajo. A mí nadie me donaba las barritas—. Que conste que yo no se lo volteé —aclaré. Hay una abismal diferencia entre ser un aprovechado y un tramposo—. Él vino a pedirme lo dejara como nuevo. Eso hice —argumenté sin sentirme culpable. Todo lo contrario. En el trabajo no se puede ser compasivo. Yo vivía de esa clase de errores—. Y para que veas que no soy una mala persona no me reiré cuando se lo cuente —prometí.
Mamá negó desaprobando mi desfachatez, pero acostumbrada a mis defectos ni siquiera intentó encaminarme al sendero del bien. Era una lucha perdida, para qué gastar energía. Aprovechando mi victoria saqué mi celular y revisé cuándo llegaría mi último pedido. Había salido de la bodega esta mañana por lo que lo tendría en casa el viernes por la tarde. Estaría justo a tiempo. Ya quería que Pao lo viera.
Como si la hubiera llamado con la mente su figura atravesó la puerta. Caminó distraída hacia el mostrador acomodando su suéter. La sonrisa permaneció en mi rostro, pero la de ella se borró en un segundo cuando notó quién estaba al mando esa tarde. Su rostro se puso blanco, hice un esfuerzo por no reírme de su expresión de espanto. Parecía tener deseos de salir corriendo.
Pao abrió la boca, pero volvió a cerrarla. Avanzó un paso, prefirió retroceder. Fue un inusual baile nacido por los nervios. Parecía luchar una batalla interna, su cuerpo y cerebro no se ponía de acuerdo.
—¿Vas a querer algo, niña? —escupió mamá que no se caracterizaba por ser amante de los espectáculos. Ella tenía un tono tosco de hablar, pero ni siquiera lo notaba, no era con mala intención. Debí advertírselo a Pao.
—Creo que no puede hablar —inventé rompiendo la tensión. Pao entrecerró sus ojos. Mi madre llevó las manos a su cadera dedicándome una mirada de advertencia.
—Emiliano, no seas impertinente con los clientes —murmuró entre dientes. Se me escapó una sonrisa porque era una broma. A estas alturas me sorprendió siguiera creyéndome.
ESTÁS LEYENDO
El club de los rechazados
RomanceUn inesperado accidente cambió la vida de Emiliano. Abrumado por la soledad decide descargar una aplicación que jura arreglar sus líos amorosos. Funciona. La mujer que ha amado en secreto por años comienza a mostrar interés por él, una buena notici...