Capítulo 42

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—Yo podría escribir un libro de todas las cosas extrañas que me han sucedido en este trabajo —comenté al aire, despertando el interés de mi madre tras la caja

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—Yo podría escribir un libro de todas las cosas extrañas que me han sucedido en este trabajo —comenté al aire, despertando el interés de mi madre tras la caja. Ella alzó una ceja esperando detalles, pero mi atención estaba dividida entre la pantalla y el número anotado en mi agenda.

—¿Qué pasó esta vez? ¿Otro chip al revés? —preguntó sobrepasada por la curiosidad.

Sonreí, casi había olvidado seguía conmigo y lo mucho que le gustaban los chismes aunque lo disimulara.

—Esto es mil veces mejor —admití con una enorme sonrisa admirando el desastre. Confieso que disfrutaba de ver el mundo arder, sobre todo si la llama no me alcanzaba—. ¿Ves esto? —comencé mostrándole el celular en perfecto estado. Ella frunció el entrecejo sin entender a dónde me dirigía. Un buen chiste tiene varios actos—. Sí, parece una pantalla normal, pero estaba hecha pedazos, el milagro es obra mía —reconocí orgulloso—. Y que no adivinas qué sucedió —aseguré. Mamá no protestó, inventarse historias no era lo suyo—. Su dueño lo arrojó al piso para que su novia no viera lo que escondía —le conté.

El rostro de mamá se transformó en un chispazo.

—¿Está loco?

—Es posible —reconocí divertido—. La verdad es que no sé reírme por el pavor que le tiene a su chica o sentir lástima por su poca inteligencia —opiné—. Y no soy experto en lo último, pero un par de neuronas hacen maravillas si las haces funcionar de vez en cuando.

—Patanes hay en todas partes —concluyó mamá, encogiéndose de hombros.

—Sí, pero además es idiota. Es decir, a quién se le ocurre dejar el celular sin contraseña, a su alcance, con todas las fotografías en galería —expuse incrédulo, riéndome de su tropezón—. Vamos, que si fuera yo las hubiera encriptado o en una última las subiría a la nube con clave. Ahora existen un montón de aplicaciones para...

—Espero que no pongas en práctica todos esos conocimientos —me cortó con un ademán, mirándome severa sin ganas de escuchar las opciones—, y que no los ganaras en base a tu experiencia.

Alcé las manos declarándome inocente con una sonrisa. Reí ante su advertencia. Podía estarse tranquila, nunca engañaría a Pao. Primero, porque no era mi estilo. Segundo, no creía fuera capaz de ver a otra chica como ella. Después de todo Pao era preciosa, dulce, paciente e inteligente, tenía todo lo que buscaba.

Aproveché la llegada de un cliente para contactar al mío y acordar la hora de entrega. Ese era el momento que más disfrutaba de mi trabajo, y eso que los chips mal colocados o los novios atrapados me robaba buenas carcajadas.

A este lo van a dejar —canturreé al colgar. Mamá se giró deprisa apenas despidió a la mujer fingiendo reprenderme, cuando en realidad quería saber qué pasó—. La chica escuchó y lo va a acompañar —la puse al tanto—. Dios, ojalá lo revisara aquí mismo —deseé.

El club de los rechazadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora