Capítulo 10

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—¿Me estas diciendo que tienes la oportunidad de cogerte a esos dos tipos y la estas rechazando? —fruncí el ceño disgustada

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—¿Me estas diciendo que tienes la oportunidad de cogerte a esos dos tipos y la estas rechazando? —fruncí el ceño disgustada.

—¿Puedes obviar la parte del sexo? Si solo fuese sexo no fuese tan malo, quieren algo más que eso —le expliqué por lo que creía era la décima vez.

—Es que, por todos los infiernos, eso no importa – rodé los ojos y me dejé caer en la cama.

Le había dicho todo lo que había pasado con ambos hombres. El accidente, la deuda, y las palabras que me habían dicho aquel día. De cierta forma agradecía tenerla cerca, pues podría soltar todo lo que me agobiaba.

—Ese día iba a suicidarme —susurré y Lina detuvo su andar por la habitación.

—¿Qué? —su voz se escuchó estrangulada por lo que supuse que un nudo se había instalado en su garganta.

Me senté de nuevo en la cama para poder observarla mejor.

—Que ese día iba a lanzarme por el barranco —mi rostro se giró bruscamente y mi mano fue hasta mi mejilla intentando calmar el ardor de su bofetada.

—Te daré unas diez más hasta que reacciones —dijo mordaz.

—Estaba sola —me excusé evitando derramar las lágrimas que se estaban acumulando en mis ojos.

—Prudens, mi padre y yo estábamos dispuestos a darlo todo con tal de hacerte sentir mejor, creíste estar sola, pero no lo estas y nunca lo has estado —aseguró mientras se agachaba frente a mi y apoyaba sus manos en mis piernas.

Su cabello castaño clarito casi rubio miel estaba algo despeinado por la cantidad de veces que había pasado sus manos por el mientras le contaba mi pequeña historia. Sus ojos color ámbar casi dorados estaban algo húmedos por las lágrimas que intentaba retener.

—Me aferré a mi madre durante toda mi vida y nadie más que tu lo sabes, las personas iban y venían y la mayoría se terminaba yendo porque prefería pasar un día con mi madre limpiando en vez de salir a divertirme con amigos, la única que me aceptó de esa forma fuiste tu y terminaste compartiendo nuestros días de películas, formaste parte de esa mamitis que padecía y cuando ella se fue simplemente no le encontré sentido a seguir, Lina, sentía que el mundo se había acabado, que no valía la pena seguir —Lina llevó una de sus manos hasta la mejilla que había golpeado y suspiro pesadamente.

—Dios, debí haber tirado esa puerta —le sonreí suavemente.

—Gracias por estar aquí —ella me devolvió la sonrisa y se inclinó para abrazarme y terminar ambas tiradas en la cama.

—En el infierno no hay fresas —dijo suavemente después de unos minutos.

—¿Qué? —pregunté confundida.

—Si te suicidas vas al infierno y ahí no hay fresas, tampoco está madre allá —y reí, porque solo Lina podría hacer que esa frase se escuchara graciosa.

T H O R N SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora