48. Azkabán

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Oscuridad. Eso era lo único que había: oscuridad... y una carcajada frívola y macabra. De repente, un relámpago iluminó el lugar. La brisa del oceáno la golpeó el rostro. Estaba en un lugar alto. ¿Dónde?

Se agarró a la pared de ladrillo cuando se asomó. Se encontraba en una torre en medio del mar. Los truenos acallaban la risa de una mujer, pero no el aullido de un lobo. Se le erizaron los vellos de la piel, como si sus propios temores reconocieran aquel canto animal.

Un hombre de piel blanquecina, dientes manchados y afilados, con largos cabellos castaños y mojados, se asomó desde el interior del cuarto de la torre con una sonrisa de ilusión. Se veía feliz, aliviado, y estaba celebrando con aullidos.

Otro relámpago iluminó el lugar. Por fin, Arlina pudo ver toda la imagen. Estaba en un calabozo de Azakabán... destruido, bombardeado por alguna magia, y el hombre era un prisionero. Distinguió el uniforme... y el rostro.

Fenrir Greyback.

—¿Terminó? —preguntó Greg, estirándole un regaliz de un puñado de que tenía en la mano. Se veía relajado, casi aburrido— Cuando dijiste que tus visiones ahora eran diferentes, no me imaginé esto. ¿Quieres regaliz, o no? —sacudió el dulce en su mano.

Aturdida, Arlina negó con la cabeza. Él se encogió de hombros y se moció el caramelo.

—¿Qué viste? ¿Servirán malteadas de fresa mañana en el desayuno?

Volvió a negar con la cabeza. Entonces Greg entendió que era una visión más seria que el desayuno del día siguiente.

—¿Qué viste?

—A Greyback —murmuró.

Frunció el ceño, confuso.

—¿No está en Azkabán? Tu tío lo encarceló, ¿no?

—Sí, así es —confirmó—, pero creo que va a escapar.

Greg tragó saliva con dificultad.

—Pero... está en Azkabán. Es imposible huir de ese lugar.

—Bueno, Sirius Black lo hizo —le recordó—. Además, ahora con Voldemort de vuelta, dudo que haya muchas cosas que sean imposibles. Tengo que escribirle a Garrett.

Dejó la Sala Común de Hufflepuff y entró a su dormitorio. Susan estaba tomando su siesta de belleza y Hannah hacía los deberes. Rápidamente tomó tinta y papel y comenzó a escribir, relatando su visión. Guardó la carta en un sobre sellado, abrió la jaula de Picasso, que gorgojeó contento de hacer un viaje y voló a su brazo.

—Llévasela a Garrett. Tan pronto como puedas. Es importante, Picasso —le dijo, atando la carta a su pata. Le dio un puñado de semillas y acarició su cabeza antes de dejarlo salir por la ventana—. No me falles.

Picasso volvió a gorgojear y salió volando del dormitorio. Lo vio aletear y alejarse, perdiéndose hasta volverse un punto anaranjado en el cielo. Sólo podía esperar que su visión no fuera sobre un futuro cercano. Podría ocurrir en unas semanas, días o un año. Sin embargo, tenía la sensación de que estaba mucho más próximo de lo que se imaginaba.

Al día siguiente, todo se volvió realidad. Cuando llegó El Profeta de Hermione, ésta lo alisó, echó un vistazo a la primera plana y soltó un grito que hizo que todos los que estaban cerca se quedaran mirándola.

—¿Qué pasa? —preguntaron Ron y Greg a la vez.

Por toda respuesta, Hermione colocó el periódico sobre la mesa, y señaló diez fotografías en blanco y negro que ocupaban la primera plana; eran las caras de ocho magos, un hombre lobo y una bruja. Algunas de las personas fotografiadas se burlaban en silencio; otras tamborileaban con los dedos en el borde inferior de la fotografía, con aire insolente. Cada fotografía llevaba un pie de foto con el nombre de la persona y el delito por el que había sido enviada a Azkaban.

the watcher | harry potterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora