55. Por la chimenea

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—No quiero ir... No necesito ir a la enfermería... No quiero...

Harry farfullaba e intentaba soltarse del profesor Tofty, que lo miraba muy preocupado tras ayudarlo a salir al vestíbulo, con un montón de curiosos estudiantes alrededor.

—Me... me encuentro bien, señor —balbuceó Harry secándose el sudor de la cara—. De verdad... Me quedé dormido y... y he tenido una pesadilla...

—¡Es la presión de los exámenes! —aseguró el anciano mago, comprensivo, dándole unas débiles palmaditas en el hombro— ¡Suele pasar, joven, suele pasar! Bébete un vaso de agua fría y quizá puedas volver al Gran Comedor. El examen casi ha terminado, pero a lo mejor quieres acabar de pulir tu última respuesta, ¿qué te parece?

—Sí —contestó Harry, desesperado—. O sea..., no..., ya he hecho... todo lo que podía, creo...

—Muy bien, muy bien —repuso el anciano mago con amabilidad—. Voy a recoger tu examen, y te sugiero que vayas a descansar un poco.

—Sí, voy a descansar un poco —dijo Harry asintiendo Enérgicamente con la cabeza—. Muchas gracias.

En cuanto el anciano mago desapareció por el umbral y entró en el Gran Comedor, Harry subió a toda prisa la escalera de mármol, corrió por los pasillos (iba tan deprisa que, al verlo pasar, los personajes de los retratos murmuraban reproches e imprecaciones), siguió subiendo escaleras y finalmente irrumpió como un huracán por las puertas de la enfermería; la señora Pomfrey, que le estaba administrando un líquido azul y brillante a Montague, gritó alarmada.

—¿Qué significa esto, Potter?

—Necesito ver a la profesora McGonagall —gritó Harry, que jadeaba y sentía un fuerte dolor en el tórax—. ¡Es urgente!

—La profesora McGonagall no está aquí, Potter —dijo la señora Pomfrey con tristeza—. La han trasladado a San Mungo esta mañana. ¡Cuatro hechizos aturdidores de lleno en el pecho, a su edad! Es un milagro que no la mataran.

—¿No está... aquí? —repitió Harry, horrorizado.

Entonces sonó la campana y el chico oyó el clásico estruendo de los alumnos al salir en tropel de las aulas en los pisos de arriba y abajo. Se quedó muy quieto mirando a la señora Pomfrey. El terror se estaba apoderando de él por momentos.

No quedaba nadie a quien pudiera contárselo. Dumbledore se había ido, Hagrid se había ido, pero él siempre había contado con que la profesora McGonagall estuviera allí, irascible e inflexible, sí, pero siempre digna de confianza, ofreciendo su sólida presencia...

Se alejó de la enfermería sin saber adónde iba y echó a andar por el bullicioso pasillo, zarandeado por la multitud; el pánico se extendía por su cuerpo como un gas venenoso, la cabeza le daba vueltas y no se le ocurría qué podía hacer...

"Arlina", dijo una voz dentro de su cabeza.

Echó a correr de nuevo, apartando a los alumnos a empujones, sin prestar atención a sus quejas. Bajó dos pisos, y cuando estaba en lo alto de la escalera de mármol, vio que su novia y sus amigos corrían hacia él.

—¡Harry! —exclamó Arlina enseguida; parecía muy asustada— ¿Qué ha pasado? ¿Te encuentras bien?

—¿Dónde estabas? —inquirió Ron.

—Vengan conmigo —contestó Harry—. ¡Vamos, tengo que contarles una cosa!

Los guió por el pasillo del primer piso mientras asomaba la cabeza en varias aulas hasta que al final encontró una vacía; entró en ella y cerró la puerta en cuanto, Arlina, Ron y Hermione hubieron entrado también. Harry se apoyó en la puerta y miró a sus amigos.

the watcher | harry potterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora