49. Descubiertos

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Enseguida llegaron a la brillante puerta con la aldaba en forma de grifo, pero la profesora Umbridge no se tomó la molestia de llamar, sino que entró directamente en el despacho dando grandes zancadas y sin soltar a Harry y Arlina.

El despacho estaba lleno de gente. Dumbledore estaba sentado detrás de su mesa, con expresión serena y con las yemas de los largos dedos juntas. La profesora McGonagall estaba de pie, inmóvil, a su lado, con un aspecto muy tenso. Cornelius Fudge, ministro de Magia, se balanceaba hacia delante y hacia atrás sobre las puntas de los pies, junto al fuego, inmensamente complacido, al parecer, con la situación; Kingsley Shacklebolt y Garrett Winchester estaban situados a ambos lados de la puerta, como dos guardianes, y Percy Weasley, pecoso y con gafas, como siempre, andaba nervioso de un lado para otro junto a la pared con una pluma y un grueso rollo de pergamino en las manos, preparado para tomar notas.

Harry se soltó de la profesora Umbridge en cuanto la puerta se cerró tras ellos. Garrett casi saltó sobre Umbridge cuando vio su huesuda y pequeña mano encerrando el brazo de su sobrina, pero la profesora la soltó antes de que diera dos pasos más.

Cornelius Fudge los fulminó con la mirada; la expresión de su rostro denotaba una especie de cruel satisfacción.

—Vaya, vaya —dijo.

Arlina respondió con la mirada más asesina de la que fue capaz. El corazón le latía con violencia en el pecho, pero tenía la mente fría y clara.

—Potter volvía a la torre de Gryffindor y Winchester a las cocinas —explicó la profesora Umbridge. Había un deje de indecente emoción en su voz, el mismo placer cruel que Harry había detectado en la voz de la bruja mientras los torturaba en los castigos—. Malfoy los ha acorralado.

—¿Ah, sí? —dijo Fudge, agradecido— Que no me olvide de decírselo a Lucius. Bueno, Potter... Supongo que ya sabes por qué estás aquí.

Harry estaba decidido a responder con un desafiante "Sí"; había despegado los labios y estaba a punto de pronunciar aquella palabra cuando vio la cara de Dumbledore. El director no miraba directamente a Harry, sino que tenía los ojos fijos en un punto situado sobre sus hombros, pero, cuando el muchacho lo observó, el director movió un milímetro la cabeza hacia uno y otro lado. Harry se corrigió justo a tiempo:

—No.

—¿Cómo dices? —preguntó Fudge.

—No —repitió Harry con firmeza.

—¿No sabes por qué estás aquí?

—No, no lo sé —declaró Harry.

Fudge miró con incredulidad a la profesora Umbridge. Harry aprovechó aquel momento de distracción del ministro para desviar fugazmente la mirada hacia Dumbledore, quien, con los ojos fijos en la alfombra, hizo un levísimo movimiento afirmativo con la cabeza y un breve guiño.

—De modo que no tienes ni idea de por qué la profesora Umbridge te ha traído a este despacho —prosiguió Fudge con una voz cargada de sarcasmo—. ¿No eres consciente de haber violado ninguna norma del colegio?

—¿Norma del colegio? —se extrañó Harry—. No.

—¿Ni ningún decreto ministerial? —puntualizó Fudge con enojo.

—Que yo sepa, no —contestó él con suavidad.

El corazón seguía latiéndole muy deprisa. Valía la pena decir aquellas mentiras sólo para observar cómo a Fudge le aumentaba la presión sanguínea, pero Harry no veía cómo demonios iba a salirse con la suya; si alguien le había dado un chivatazo a la profesora Umbridge y le había hablado del ED, él y Arlina, que eran los líderes, ya podían empezar a empacar sus cosas.

the watcher | harry potterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora