63. Slughorn

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Pese a que llevaba varios días ansiando que fuera verdad que Dumbledore iría a recogerlo, Harry se sintió muy incómodo en cuanto comenzaron a andar por Privet Drive. Era la primera vez que mantenía una conversación propiamente dicha con el director de su colegio fuera de Hogwarts, pues por lo general los separaba un escritorio. Además, el recuerdo de su último encuentro cara a cara no dejaba de acudirle a la mente, e incrementaba su sensación de bochorno; en aquella ocasión, él había gritado como un loco, y, por si fuera poco, se había empeñado en romper algunas de las posesiones más preciadas de Dumbledore.

Sin embargo, éste parecía completamente relajado. Y Arlina parecía ajena a su vergüenza. Ambos actuaban como si él jamás hubiera realizado aquella rabieta.

—Tengan la varita preparada —les advirtió con tranquilidad.

—Creía que teníamos prohibido hacer magia fuera del colegio, profesor —comentó Arlina.

—Si los atacan, les autorizo a usar cualquier contraembrujo o contramaldición que se les ocurra. Sin embargo, no creo que esta noche deba preocuparnos esa eventualidad.

—¿Por qué no, señor?

—Porque están conmigo. Con eso bastará, Harry —Al llegar al final de Privet Drive se detuvo en seco—. Todavía no han aprobado el examen de Aparición, ya que para presentarse a ese examen hay que tener diecisiete años o más, de modo que tendrán que sujetarse con fuerza a mi brazo —Harry se agarró al antebrazo que le ofrecía y Arlina se agarró del antebrazo izquierdo—. Muy bien. Allá vamos.

No era la primera vez que Arlina se aparecía, de hecho, la primera vez había sido cuando Dumbledore se apareció en la Jardinera hace unas horas, pidiéndole permiso a Garrett de acompañarla en su viaje haría para escoltar a Harry hasta la Madriguera.

En secreto, cuando llegaron a Privet Drive, Dumbledore le había confesado que estaba ahí más que sólo para recoger a Harry. Tenía una pequeña misión para ambos jóvenes.

Notó que el brazo del anciano profesor se alejaba de él y se aferró con más fuerza. De pronto todo se volvió negro, y Arlina empezó a percibir una fuerte presión procedente de todas direcciones; no podía respirar, como si unas bandas de hierro le ciñeran el pecho; sus globos oculares empujaban hacia el interior del cráneo; los tímpanos se le hundían más y más en la cabeza, y entonces...

Aspiró a bocanadas el aire nocturno y abrió los llorosos ojos. Se sentía como si la hubieran hecho pasar por un tubo de goma muy estrecho. Tardó un par de segundos en darse cuenta de que Privet Drive había desaparecido. Dumbledore, Harry y Arlina estaban de pie en una plaza de pueblo desierta, en cuyo centro había un viejo monumento a los caídos y unos cuantos bancos. Tras recuperar por completo los sentidos, comprendió que tardaría en acostumbrarse a las apariciones.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Dumbledore, mirando a Harry con interés— Lleva tiempo acostumbrarse a esta sensación. Arlina apenas lo está dominando, por lo que veo.

Arlina asintió, parpadeando para alejar las lágrimas.

—Estoy bien —contestó Harry, frotándose las orejas, a las que no parecía haberles agradado dejar Privet Drive—. Pero creo que prefiero las escobas.

Dumbledore sonrió, se ciñó un poco más el cuello de la capa de viaje e indicó:

—Por aquí —Echó a andar con brío por delante de una posada vacía y de varias casas. Según el reloj de una iglesia cercana, era casi medianoche—. Y dime, Harry, ¿te ha dolido últimamente... la cicatriz?

El chico se llevó una mano a la frente y se frotó la marca con forma de rayo.

—No —contestó—, y no lo entiendo. Creí que me ardería siempre, ya que Voldemort está recobrando su poder.

the watcher | harry potterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora