3. El traslador

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Arlina puso su bolso de forma que la cuerda le cruzara por el pecho y terminara colgando por su cadera. Así no saldría volando cuando viajaran en traslador.

Cedric le dio un impulso con una palmada en su espalda, animándola a acercarse a la bota y estar tranquila ante la cercanía de Harry Potter, quien terminó frente a ella en el círculo que formaron en torno a la bota vieja que agarraba el señor Diggory.

Todos permanecieron de pie mientras una brisa fría barría la cima de la colina.

—Tres —masculló el señor Weasley, mirando al reloj—, dos... uno...

Ocurrió inmediatamente: Arlina sintió como si un gancho, justo debajo del ombligo, tirara de ella hacia delante con una fuerza irresistible. Sus pies se habían despegado de la tierra; pudo notar a Cedric y a Amos, cada uno a un lado, porque sus hombros golpeaban contra los suyos.

Iban todos a enorme velocidad en medio de un remolino de colores y de una ráfaga de viento que aullaba en sus oídos. Tenía el índice pegado a la bota, como por atracción magnética. Y entonces...

Tocó tierra con los pies, pero se tambaleó contra Cedric y lo hizo caer. El traslador golpeó con un ruido sordo en el suelo, cerca de su cabeza.

Harry levantó la vista. Los señores Weasley y Diggory permanecían de pie aunque el viento los zarandeaba. Todos los demás se habían caído al suelo, entre ellos: Arlina sobre el cuerpo de Cedric, nariz con nariz. Por un momento creyó que se besarían y tuvo un sabor amargo en la boca, hasta que...

—Quítate, Ced, apestas a estiércol de lechuza.

—Tú eres la que está encima de mí. ¡Quítate tú!

—¿Me estás diciendo gorda?

—¿En qué momento te dije...?

—¡Ya verás, Diggory! —casi le gruñó, pero Cedric dio la vuelta y cayó encima de Arlina, con todo su peso incluido— Quítate, Ced. ¡Tú sí estás gordo!

—¡Pelea, pelea, pelea! —coreaban los gemelos Weasley, viéndolos forcejar.

—Muchachos, basta —les ordenó Amos con voz calmada.

Siempre le había parecido divertido cómo peleaban como dos infantes, y se sentía feliz de que, a pesar de ser hijo único, tuviera a alguien con quien compartir un lazo de hermandad tan profundo.

Cedric se puso de pie primero con sonrisa triunfal, pero se le borró en el momento en que Arlina lo tomó por el tobillo y lo hizo caer de cara contra el césped. Arlina quedó de pie con una sonrisa más orgullosa y lo miró desde arriba con pose campeona, con lo que los gemelos Weasley rieron a carcajadas y corearon victoria para ella.

Habían llegado a lo que, a través de la niebla, parecía un páramo. Delante de ellos había un par de magos cansados y de aspecto malhumorado. Uno de ellos sujetaba un reloj grande de oro; el otro, un grueso rollo de pergamino y una pluma de ganso. Los dos vestían como muggles, aunque con muy poco acierto: el hombre del reloj llevaba un traje de tweed con chanclos hasta los muslos; su compañero llevaba falda escocesa y poncho.

—Buenos días, Basil —saludó el señor Weasley, cogiendo la bota y entregándosela en mano al mago de la falda, que la echó a una caja grande de trasladores usados que tenía a su lado.

Arlina vio en la caja un periódico viejo, una lata vacía y un balón pinchado.

—Hola, Arthur —respondió Basil con voz cansina—. Has librado hoy, ¿eh? Qué bien viven algunos... Nosotros llevamos aquí toda la noche... Será mejor que salgan de ahí: hay un grupo muy numeroso que llega a las cinco y quince del Bosque Negro. Esperen... voy a buscar dónde están... Weasley... Weasley...

Consultó la lista del pergamino.

—Está a unos cuatrocientos metros en aquella dirección. Es el primer prado al que llegan. El que está a cargo del campamento se llama Roberts. Diggory... segundo prado... Pregunta por el señor Payne.

Se encaminaron por el páramo desierto, incapaces de ver gran cosa a través de la niebla. Después de unos veinte minutos encontraron una casita de piedra junto a una verja. Al otro lado, Arlina vislumbró las formas fantasmales de miles de tiendas dispuestas en la ladera de una colina, en medio de un vasto campo que se extendía hasta el horizonte, donde se divisaba el oscuro perfil de un bosque.

Se despidieron de los Weasley, Harry y Hermione, y se encaminaron a la puerta de la casita. Había un hombre en la entrada, observando las tiendas. Al oír sus pasos se volvió para mirarlos.

—¡Buenos días! —saludó alegremente el señor Diggory.

—Buenos días —respondió el mago.

—¿Es usted el señor Payne?

—Sí, lo soy. ¿Quiénes son ustedes?

—Los Diggory. Tenemos una tienda reservada desde hace una semana.

Caminaron con dificultad ascendiendo por la ladera cubierta de neblina, entre largas filas de tiendas. La mayoría parecían casi normales. Era evidente que sus dueños habían intentado darles un aspecto lo más muggle posible, aunque habían cometido errores al añadir chimeneas, timbres para llamar a la puerta o veletas. Pero, de vez en cuando, se veían tiendas obviamente mágicas.

—Ah, ya estamos. Miren, éste es nuestro sitio.

Habían llegado al borde mismo del bosque, en el límite del prado, donde había un espacio vacío con un pequeño letrero clavado en la tierra que decía «Diggory».

—¡No podíamos tener mejor sitio! —exclamó muy contento Amos— El estadio está justo al otro lado de ese bosque. Más cerca no podíamos estar —se desprendió la mochila de los hombros—. Bien —continuó con entusiasmo—, siendo tantos en tierra de muggles, la magia está absolutamente prohibida. ¡Vamos a montar estas tiendas manualmente! No debe de ser demasiado difícil: los muggles lo hacen así siempre.

Arlina ayudó al señor Diggory a poner la tienda y Cedric ayudó haciendo todo lo que ella decía.

Garrett le había enseñado a Arlina a cómo sobrevivir sin una varita en cualquier circunstancia. Por lo tanto, sabía muchas cosas sobre el estilo de vida muggle. Finalmente, después de veinte minutos, lograron levantar una tienda raídas de dos plazas.

Se alejaron un poco para contemplar el producto de su trabajo. Nadie que viera la tienda adivinaría que pertenecían a unos magos.

Cedric le dirigió una risita a Arlina cuando el señor Diggory se puso a cuatro patas y entró a la tienda.

—Entren a echar un vistazo, muchachos.

Arlina se inclinó, se metió por la abertura de la tienda y sonrió satisfecha, sin asombrarse por sus dimensiones internas. Acababa de entrar en lo que parecía un anticuado apartamento de tres habitaciones, con baño y cocina.

—Bueno, es para poco tiempo —explicó el señor Diggory, pasándose un pañuelo por la frente. Cogió la tetera polvorienta y la observó por dentro—. Necesitaremos agua.

—En el plano que nos ha dado el señor Payne hay señalada una fuente —dijo Cedric, que había entrado en la tienda detrás de Arlina—. Está al otro lado del prado.

—Bien, ¿por qué no vas por agua, Arlina, querida? Mientras, Ced y yo buscaremos leña para hacer una fogata. La seguridad anti-muggles es importante —les recordó el señor Diggory.

Después tomar la tetera de las manos del señor Diggory, Arlina cruzó el campamento.

Después tomar la tetera de las manos del señor Diggory, Arlina cruzó el campamento

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the watcher | harry potterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora