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Arlina despertó sobresaltada el día de Navidad. Levantó los párpados, preguntándose qué era lo que la había despertado, y vio unos ojos muy grandes, redondos y castaños que la miraban desde la oscuridad, tan cerca que casi tocaban los suyos.
—¡Winky!
—¡Winky lo lamenta, señorita! —chilló nerviosa la elfina, que retrocedió de un salto y se tapó la boca con los largos dedos— ¡Winky sólo quería desearle a la señorita Arlina una feliz Navidad y traerle un regalo, señorita! ¡La señorita Arlina le dio permiso a Winky para venir a verla de vez en cuando, señorita!
—Sí, Winky, gracias —dijo Arlina, con la respiración aún alterada, mientras el ritmo cardíaco recuperaba la normalidad—. Pero la próxima vez, sacúdeme el hombro o algo así.
Arlina recordaba bien el segundo día de clases, cuando entró a las cocinas con Cedric y Greg. Ahí saludó a los elfos y corrió a abrazar a Winky, quien lloraba desconsolada frente a la chimenea. Tratando de convencerla de que ser una elfina libre era algo bueno, conoció a Dobby, quien le habló de cómo Harry lo liberó de sus antiguos amos, los Malfoy.
Greg hizo la broma de que Arlina podría tomar a Winky bajo su custodia, pero Cedric lo codeó al darse cuenta de que ella no lo consideró mala idea. Si la volvía su elfina, poco a poco le mostraría lo que era ser una elfina con empleo, y lograría hacerla sentir mejor. Con el tiempo, Winky entendería que trabajar por paga y ser libre era mejor que ser una esclava.
Winky había aceptado casi desesperada, deseosa de recuperar la reputación de buena elfina. Esa noche le explicó la forma en que trabajaría para ella: por ejemplo, le había prohibido llamarla "ama" y le obligaba a vestir un suéter amarillo con puntos negros que solía ser de ella, además de unas calcetas negras. Winky se había rehusado, así que Arlina recurrió a dárselo como una orden y a decir que sería su uniforme. La última orden que le dio fue que debía ser cercana a Dobby y escucharlo, lo cual podría ayudar a influenciarla para desear libertad y derechos.
Arlina descorrió las colgaduras de su cama adoselada. Su grito había despertado a Hannah y Susan, y las dos espiaban a través de sus colgaduras con ojos de sueño y el pelo revuelto.
—¿Te ha atacado alguien, Arlina? —preguntó Hannah medio dormida.
—¡No, sólo es Winky! —susurró Arlina.
—¡Ah... los regalos! —dijo Susan, viendo el montón de paquetes que tenía a los pies de la cama.
Susan y Hannah decidieron que, ya que se habían despertado, podían aprovechar para abrir los regalos. Arlina se volvió hacia Winky, que seguía de pie junto a la cama, nerviosa y todavía preocupada por el susto que le había dado a Arlina.
—¿Puede Winky darle el regalo a su ama? —preguntó con timidez.
—Claro que sí —contestó Arlina—, pero recuerda que no me gusta que me llames ama. Sólo dime Arlina.