46. Perlas azules

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A Arlina no le apetecía regresar a Hogwarts. Volver al colegio significaría colocarse una vez más bajo la tiranía de Dolores Umbridge, que sin duda se las habría ingeniado para que aprobaran otra docena de decretos durante su ausencia; además, con toda probabilidad, los iban a cargar de deberes ahora que se acercaban los exámenes. De no ser por Harry, Greg y el ED, estaría muy tentada de suplicarle a Garrett que la dejara abandonar los estudios este año.

Por supuesto, Harry simpatizaba con sus sentimientos, y también estaría tentado de pedirle a su padrino, Sirius, que lo dejara quedarse en Grimmauld Place. Y el último día de las vacaciones, pasó una cosa que hizo que Harry sintiera verdadero terror de regresar al colegio.

—Harry, Arlina, ¿pueden bajar un momento a la cocina? El profesor Snape quiere hablar con ustedes.

Harry levantó la mirada del juego de ajedrez, Ron lo imitó y Arlina frunció el ceño. Harry y Ron habían estado jugando una partida, mientras Arlina hojeaba su libro recién adquirido sobre videntes y visiones. Pero todo aquello perdió interés cuando la señora Weasley fue a buscarlos en la sala.

—Perdón. ¿Qué?

—El profesor Snape, cariño, los espera en la cocina. Quiere hablar con ustedes.

Harry abrió la boca, horrorizado, y miró a Ron, a Hermione y a Ginny, que lo miraban también con la boca abierta. Arlina, por otro lado, parecía más confundida y curiosa, que sorprendida.

—¿Snape? —repitió Harry sin comprender.

—El profesor Snape, querido —lo corrigió la señora Weasley—. Corran, dice que tiene prisa.

—¿De qué querrá hablar con ustedes? —le preguntó Ron, acobardado, cuando su madre salió de la habitación— No han hecho nada, ¿verdad?

—¡Claro que no! —exclamaron al mismo tiempo, indignados, pero los dos sabían que mentían.

¿Estaría ahí para regañarlos por haber estado fuera de sus dormitorios aquella noche, durmiendo quién-sabe-dónde, juntos?

Un par de minutos más tarde, bajaron a la cocina en silencio. Sabían que el profesor Dumbledore era consciente de que esa noche no habían estado en sus respectivos dormitorios, ya que quien había llevado a Harry a su despacho fue Arlina, no Ron, como debió haber sido si acababa de despertarse de un sueño a mitad de la noche.

Sirius estaba plantado afuera de la cocina, junto a la puerta, esperando. Los miró a ambos con antipatía, pero su malhumor no iba dirigido a ellos, claramente, sino hacia Snape, que estaba en la cocina.

—Primero quiere hablar a solas contigo, Arlina. Pero puedo acompañarte si lo deseas, ya que Garrett no está aquí.

Arlina miró la puerta y de vuelta a Sirius.

—Sí —dijo Harry.

—No —se negó ella. Harry la miró con el ceño fruncido—. Si el profesor Snape quiere verme a solas, es por algo. Estaré bien.

Harry no estaba contento con aquella idea, pero no protestó. Se quedó con los pies plantados en el piso y la vio pasarlo y abrir la puerta de la cocina. La cerró a sus espaldas, de modo que no pudo ver a Snape.

Arlina encontró al profesor Snape sentado en la larga mesa de la cocina. Carraspeó para anunciar su presencia. Snape giró la cabeza, con el rostro enmarcado por dos cortinas de grasiento y negro cabello.

—Siéntate, Winchester.

Arlina se sentó frente a Snape, al otro lado de la mesa, y entrelazó sus propias manos sobre su regazo. Aunque trataba de ocultarlo, estaba muy nerviosa. El profesor Snape nunca había sido desagradable con ella, pero no dejaba de ser intimidante.

the watcher | harry potterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora