41. Thestrals

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Harry levantó el puño y llamó tres veces, e inmediatamente se oyeron los ladridos de un perro.

—¡Somos nosotros, Hagrid! —susurró Harry por la cerradura.

—¡Debí imaginármelo! —respondió una áspera voz. Los cuatro amigos se miraron sonrientes debajo de la capa invisible; la voz de Hagrid denotaba alegría—. Sólo hace tres segundos que he llegado a casa... Aparta, Fang, ¡quita de en medio, chucho! —Se oyó cómo descorría el cerrojo, la puerta se abrió con un chirrido y la cabeza de Hagrid apareció en el resquicio. Hermione no pudo contener un grito— ¡Por las barbas de Merlín, no chilles! —se apresuró a decir Hagrid, alarmado, mientras observaba por encima de las cabezas de los chicos. Sorprendida por la reacción de Hagrid, Arlina llevó su mano a la boca de Hermione, callándola, a lo que la Gryffindor la miró entre agradecida y avergonzada— Gracias, Arlina. ¡Vamos, entren, entren!

—¡Lo siento! —se disculpó Hermione mientras los tres entraban apretujándose en la cabaña y se quitaban la capa para que Hagrid pudiera verlos— Es que... ¡Oh, Hagrid!

—¿Qué te sucedió? —exclamó Arlina, horrorizada con la herida de su rostro.

—¡No es nada, no es nada! —exclamó él rápidamente. Cerró la puerta y corrió todas las cortinas, pero Hermione seguía mirándolo con espanto.

Hagrid tenía sangre coagulada en el enmarañado pelo, y su ojo izquierdo había quedado reducido a un hinchado surco en medio de un enorme cardenal de color negro y morado. Tenía diversos cortes en la cara y en las manos, algunos de los cuales todavía sangraban, y se movía con cautela, lo que hizo sospechar a Arlina que Hagrid tenía alguna costilla rota. Era evidente que acababa de llegar a casa. Había una gruesa capa negra de viaje colgada en el respaldo de una silla, y una mochila donde habrían cabido varios niños pequeños apoyada en la pared, junto a la puerta. Hagrid, que medía dos veces lo que mide un hombre normal, fue cojeando hasta la chimenea y colocó una tetera de cobre sobre el fuego.

—¿Qué te ha pasado? —le preguntó Harry mientras Fang danzaba alrededor de ellos, intentando lamerles la cara.

—Ya os lo he dicho, nada —contestó Hagrid con firmeza—. ¿Quieren una taza de té?

—¡Vamos, Hagrid! —le espetó Ron—. ¡Si estás hecho polvo!

—No eres muy buen mentiroso, Hagrid —le recordó Arlina con reproche.

—Les digo que estoy bien —insistió Hagrid enderezándose y volviéndose para mirarlos sonriente, pero sin poder disimular una mueca de dolor—. ¡Vaya, cuánto me alegro de volver a verlos a los tres, y a ti, Arlina! ¿Han pasado un buen verano?

—¡Hagrid, te han atacado! —exclamó Arlina.

—¡Por última vez: no es nada! —repitió Hagrid con rotundidad.

—¿Acaso dirías que no es nada si alguno de nosotros apareciera con casi medio kilo de carne picada donde antes tenía la cara? —inquirió Ron.

—¿Piensas contarnos lo que te ha pasado, o no? —inquirió Harry.

—No puedo, Harry. Es secreto. Si les cuento me juego el empleo.

—¿Te han atacado los gigantes, Hagrid? —preguntó Hermione con voz queda. Los dedos de Hagrid resbalaron por el filete de dragón, que descendió hasta el pecho haciendo un ruido parecido al de la succión.

—¿Los gigantes? —repitió Hagrid mientras agarraba el filete antes de que le llegara al cinturón y se lo colocaba de nuevo en la cara— ¿Quién ha dicho algo de gigantes? ¿Con quién han estado hablando? ¿Quién les ha dicho que he...? ¿Quién les ha dicho que estaba...?

the watcher | harry potterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora