34. Castigo con Dolores

10.4K 1.2K 480
                                    


—Arlina...

Arlina le tendió su rollo de pergamino sin mirarlo, como si no lo hubiera escuchado, y se fue por el otro lado del pasillo. Sentía que echaba humo por las orejas, y las lágrimas que ella se rehusaba a derramar por el coraje acumulado y contenido le ardieron los ojos.

Estaba molesta, quizá muy furiosa, con Harry Potter. Él la había provocado a propósito para que saliera a apoyarlo en su rabieta. Él sabía que las palabras que había pronunciado Umbridge contra Cedric serían suficiente para que ella escupiera veneno.

No es que estuviera de acuerdo con Dolores, por supuesto que no, pero le había prometido a Garrett que sería más inteligente y no se buscaría problemas con esa vieja de traje rosado. Garrett había sido muy claro: Umbridge era más peligrosa de lo que parecía.

Arlina llegó a la oficina de la profesora Sprout y le tendió el pergamino.

—¡Oh, Arlina! Pero si tú no eres así... Dime qué ocurrió.

Sprout adoraba Arlina tanto como a Cedric. Siempre decía que era el ejemplo perfecto de una verdadera Hufflepuff. Por lo tanto, ofreció todo su apoyo y la aconsejó dulcemente cuando le dio su versión de la historia.

—Por desgracia, igualmente deberás asistir a sus castigos. Lo siento, mi niña, no hay nada que pueda hacer. Pero recuerda que enfrentándola no ganarás nada, no mientras sea profesora y tenga el apoyo del Ministerio. Trata de pasar desapercibida, ¿de acuerdo?

—Sí, profesora. Lo entiendo. Gracias.

Cuando estuvo por salir, la profesora volvió a hablar.

—Arlina —dijo con voz baja y dulce—, no olvides ser bondadosa incluso con los que no son buenos de corazón. Cuídate de la maldad que a veces quiere consumirnos, y aférrate a tus creencias.

Arlina se esforzó mucho para regalarle una sonrisa y contuvo de nuevo las lágrimas antes de salir de su oficina, jugando con la varita entre sus dedos. La miró con atención, recordando el día en que fue a la tienda de varitas de Olivander para comprarla en compañía de Cedric, quien se mostró tan asombrado como el señor Olivander por la varita que la eligió.

Era de treinta centímetros, muy elegante y rígida, tallada con delicados y marcados diseños que facilitaban su agarre; estaba hecha de ébano y pelo de thestral como núcleo. El señor Olivander fue muy claro cuando le dijo que su varita nunca le fallaría ni traicionaría, y que obedecería fielmente a todo lo que pidiera, con cualquier tipo de magia.

—¿Arlina?

La voz de Greg llegando desde atrás para colocarse hombro con hombro la hizo voltear. Trató de regalarle una sonrisa, pero se vio muy forzada.

—¿Sabes qué? No estoy de ánimos para ir al Gran Comedor. ¿Quieres cenar en las cocinas con Winky?

Arlina asintió, agradeciéndole el gesto. Sabía que lo hacía por ella.

Durante la cena, le explicó lo que ocurrió en la clase de DCAO, y Greg expresó lo mal que le parecía lo que había hecho Harry. Winky le preparó una tarta de calabaza para subirle el ánimo y ella la aceptó gustosa. Compartieron el postre y tomaron un vaso de leche antes de volver a la Sala Común.

—Muchas gracias por todo, Winky. Estuvo delicioso.

—¡Ha sido un placer para Winky, señorita Arlina! Winky está feliz de verla comer mejor. Winky estaba preocupada.

—Por favor, no lo estés —le pidió conmovida—. Vendré a visitarte más seguido, y recuerda que siempre puedes venir a verme. Somos amigas.

Winky asintió con las mejillas enrojecidas y los ojos llenos de lágrimas de alegría.

the watcher | harry potterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora