Capítulo 27

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— ¿Cómo me veo?

Ana puso un sombrero vaquero color beige sobre su cabeza mientras por alguna extraña razón hacia boca de pato.

—Muy bien. —le mostré mi pulgar y ella sonrió mientras sacaba su teléfono para tomarse una foto.

—Se la enviaré a Joel.

Hoy es el último día de Ana en el pueblo así que decidimos pasar un buen rato e ir de compras al igual cuando vivíamos en Nueva York solo que aquí no había tantas tiendas de marca como en la ciudad, era sencillo y bonito y eso era lo que amaba del lugar.

— ¿Has pensado en regresar a casa?

Su pregunta me hizo salir de mis pensamientos, la miré y ella seguía viendo su teléfono.

—Estoy en casa.

Mi respuesta hizo que despegara la vista de la pantalla y me prestara toda la atención.

—Vivo aquí ahora, tengo amigos increíbles y encontré el amor en este lugar.

—Entonces... ¿de verdad planeas quedarte aquí?

Asentí, toda mi vida había vivido en Nueva York, mis padres murieron en un accidente en aquella ciudad, no quería regresar allí y sentirme débil, desde que llegué a Nuevo México me di cuenta de mis raíces, de donde quería estar y de donde pertenecía, aquí estaba todo lo que amaba.

—No tengo nada en Nueva York además tú te iras a Italia y harás tu vida. —me encogí de hombros. —supongo que yo iniciaré la mía aquí.

—Cuando lo dices así suena triste. —el brillo en sus ojos desapareció.

—Estoy bien, enserio.

Por alguna razón tenía la necesidad de que creyera que lo estaba, la conocía lo suficientemente bien como para aclarar las dudas que no se atrevía a preguntar.

—Vivir en Italia es temporal. —se quitó el sombrero. —Nos quedaremos un par de años hasta que vuelvan a transferir a Joel.

— ¿Y si no lo transfieren?

Al parecer no había pensado en ello porque no respondió, caminamos hacia la registradora y pagamos un par de cosas antes de salir y subir a la camioneta que, por supuesto Owen me prestó, estaba acomodando las compras en los asientos traseros cuando escuché a Ana suspirar

—Tienes razón.

Levanté la cabeza para verla.

— ¿De qué hablas?

—No quiero irme a Italia.

—Ana.

Me acomodé en el asiento y observé como miraba hacia adelante fijamente, sé que está conteniendo sus emociones y también sé que si hace contacto visual conmigo se va a desmoronar.

—Lo amo Tamara, estoy convencida de casarme con él, pero no quiero irme a Italia, al menos no por mucho tiempo —sus ojos se humedecieron. —No quiero estar lejos de casa, tampoco de ti.

Un nudo se comenzó a formar en mi garganta.

—Lo sé.

— ¿Suena mal si quiero partirme en dos?

Me reí y ella también a pesar de que sus ojos siguieron cristalizados, por alguna extraña razón sentía como si este momento fuera la despedida a pesar de que nos quedaba por delante el resto del día, incluso la veré en un mes cuando contraiga nupcias, no sabía porque tenía esa sensación de que estaba dejando un vacío en mi pecho.

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