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-Murillo, me encantaría que por una vez en su vida deje de comportarse como si… -Habló Antonio, revisando algunas carpetas que le traía a Raquel. Alzó la vista y se interrumpió bruscamente. –Por Dios del cielo, tiene un aspecto terrible. –Ella hizo una mueca.

-Siempre me ha encantado su capacidad de halagar, jefe. –Comentó con ironía, recostándose en su silla. Era más que evidente que su intento de maquillar su palidez y sus ojeras, no había funcionado. Quizá porque no podía maquillar toda aquella rabia que la invadía desde hacía dos semanas, desde el momento en el que se había vuelto a acostar con Julio. ¡Qué rápido pasaba el tiempo! Pero sus recuerdos seguían intactos, y cada noche se encargaban de atormentarla.

-¿Se encuentra bien de salud, Murillo?

-Excelente, jefe, excelente. –Raquel colocó los codos sobre su escritorio para después unir sus manos. Excelentemente mal. Excelentemente utilizada.

-No pareciera. –Contestó con aspereza. Ella separó sus manos, haciendo una mueca.

-Gracias.

-Es en serio. ¿Ha pensado en ir al médico?

-Ya fui.

-¿Y bien? ¿Le hicieron unos análisis de sangre o algo?

-Ya… -Se detuvo, abriendo los ojos como platos. –Se me había olvidado. –Susurró.

-Debería hacérselos cuanto antes. No lo sé, Murillo, no quiero empleados enfermos.

-Entiendo, jefe. –Comentó. –Mañana mismo me los haré. –Sonrió. –Ahora será mejor que me ponga a trabajar. –Raquel intentó hacerlo, en definitiva, pero una cosa la llevaba a otra y terminaba recordando aquella noche con Julio, lo que la hacía terminar vomitando su desayuno. Ella volvió a lavarse la boca después de ir corriendo al baño al sentir aquel incesante malestar.

En definitiva su mente le estaba jugando una mala pasada. Llevaba días con aquellas incesantes náuseas y honestamente se estaba preocupando. No podía creer que los recuerdos la perturbaran de tal forma que la afectaran físicamente.

Era complicado, pero al parecer, por el momento, las cosas seguirían así.

**

Sergio observó por milésima vez el anillo que había sido rechazado por la mujer que amaba hacía dos semanas; el tiempo pasaba pero las heridas seguían escociéndole. Comenzó a jugar con él, moviéndolo en sus manos, tratando de pasar el tiempo y de borrar el eco de su mente. No podía parar de recordar la voz de Raquel, negándose a casarse con él.

Se llevó las manos al rostro en señal de frustración. Hacía unas semanas; antes de ir al apartamento de Virginia había ido a la casa de Raquel y sacado sus cosas. Pero, la noche anterior, había tomado una decisión ridícula, dejándole una nota que en aquel momento, le parecía estúpida.

“Necesitamos hablar con calma. Te amo.”

Era en exceso ridículo porque quedaba más que claro que Raquel no quería ni verlo en pintura, y que tampoco le importaba si la amaba o no.

Habían pasado dos largas semanas, y no había vuelto a verla ni a escuchar su voz. Eso decía mucho de cómo iban las cosas.

Engaños de un amor (Serquel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora