23.

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-Deja eso.-Comentó ella con una sonrisa, estando recostada en la pared de la cocina con los brazos cruzados.- Yo puedo cocinar.-Sonrió de nuevo, acercándose a él y quitándole aquella cuchara de las manos.-Tú tienes que descansar.-Le dijo, dándole la espalda.

-Podemos descansar juntos.-Contestó, abrazándola por la espalda.

-Ve a descansar antes de que incendiemos esta cabaña.-Comentó con una risita, sintiendo sus labios en su cuello.-Sergio, hazme caso.-Le regañó, mirándolo a los ojos, alejándolo de su cuerpo, mientras lo señalaba con aquella cuchara.-Vete.

-Mujer-Se alejó de ella por unos segundos, Raquel sonrió al saber que había ganado aquella batalla, pero se sorprendió y dejó caer la cuchara al suelo al sentir como Sergio la pegaba bruscamente a su cuerpo.-Eres tan testaruda.-Comentó, comenzando a plantarle besos en los labios.

-Vete de aquí-Contestó, sintiendo como sus labios comenzaban a bajar por su cuello. Raquel maldijo en silencio al saber que no era inmune a sus caricias, ni a sus besos. Llevaban ¿qué? ¿Tres días en aquella cabaña? No lo recordaba, no tenía noción del tiempo. Pero de lo que si tenía noción era del deseo que ambos sentían, y aun se había sorprendido al saber que Sergio no la había desnudado o algo por el estilo...

Si bien sí lo deseaba, quizá aún no se sentía preparada para volver a acostarse con él, quizá... Quizá... Le hacía falta algo más que el deseo.

Quizá le hacía falta el amor.

Pronto Sergio comenzó a girarla por aquella cocina, Raquel quedó atrapada entre el cuerpo de él y la encimera, mientras los labios de Sergio comenzaban a deslizarse por su clavícula, por sus hombros Los segundos parecían horas y las horas eternas. Raquel sentía como las manos de Sergio comenzaban a quemarle la piel, comenzaban a quemarle incluso la ropa. La mano de él tomó su pierna derecha, alzándola y colocándola por sobre su cadera, Raquel soltó un leve gemido al sentir como aquella mano comenzaba a subir por su muslo, alzando la pequeña bata de seda que cargaba aquel día como pijama.

Los besos de Sergio seguían causándole un hormigueo en donde se posaban, Raquel comenzó a mirar al techo mientras sentía como los dientes de él retiraban las tiras de su bata, comenzando a revelar su cuerpo ante los ojos de Sergio.

Pero, no te haré el favor de acostarme contigo.

Raquel frunció el ceño al escuchar como aquella frase resonaba en su cabeza. Hacía tres años que él se la había dicho, pero seguía allí, latente, como una herida abierta, provocándole un dolor profundo. No sólo hería su ego.

Hería su corazón.

Sintió como la mano de Sergio comenzaba a acariciar su vientre.

Y sus lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas. Raquel trató de tragarse el profundo nudo que había en su garganta, trató de no dejar caer más lágrimas, trató de secar las lágrimas que ya se habían escapado. Alzó su mano, llevándola a su mejilla, mientras un sollozo se escapaba de su garganta.

-¿Qué te ocurre, cielo?-Preguntó Sergio, alzando la cabeza, mirándola a los ojos. Pronto se dio cuenta del brillo que había en sus mejillas, y sus manos dejaron de acariciarle partes más íntimas para comenzar a secar sus lágrimas. Otro sollozo escapó de la garganta de Raquel, mientras más lágrimas la invadían. Entendió que no era momento de preguntas, así que sólo se encargó de acunarla en su pecho.-Ya, mi vida, ya-La consoló, comenzando a mecerla entre sus brazos. Raquel se mordió el labio al escuchar aquello; ¿cómo era que el causante de sus lágrimas la estaba consolando? ¿Cómo era que el hombre que le había causado tanto daño ahora estaba consolándola, así, como si él no hubiese hecho nada malo? Sergio la alzó en brazos hasta sentarse con ella en el sillón, la colocó por sobre sus rodillas, dejando que el río de sus lágrimas mojase su camisa. Raquel lloró por horas. Sergio la consoló durante ese tiempo, mientras le plantaba besos en el cabello, tratando de entender porque la mujer a la que amaba con toda su alma no paraba de llorar ni un solo segundo.-Ya pasó.-Comentó, al notar que los sollozos habían parado. Raquel alzó la cara, comenzando a mirarlo a los ojos, dándose cuenta de que nada había pasado; mientras él siguiese allí, su dolor seguiría allí.

Engaños de un amor (Serquel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora