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-¿Qué haces? –Preguntó atentamente, mientras veía como acomodaba su cabello detrás de su espalda, con esa sensualidad tan característica en ella.
-Me arreglo para el dueño de mis sonrisas. –Le sonrió con picardía.
-¿Soy el dueño de tus sonrisas? –Inquirió.
-Y de mis pensamientos, de mi tiempo, de mi amor... –Se acercó a él para besarlo lentamente. –Eres el dueño de mi corazón.
-Y tú eres la dueña de mi amor. Siempre ha sido así, y como te lo dije, así será hasta que mi corazón deje de latir… Latir por ti.
-Me haces tan feliz, cielo. –Acarició su mejilla, hasta terminar de recorrer un camino imaginario que terminaba en su pecho.
-¿Aun no has comprendido que si tú no eres feliz, yo tampoco lo soy? –La miró con intensidad.
-No. Jamás terminaré de comprender cómo es que ahora soy tan feliz a tu lado. –Le sonrió, deslumbrándolo como era su costumbre. Con esa sonrisa que podía enamorar a cientos de personas, tan dulce e inocente.
-Bueno, te invito a caminar por la playa y te cuento algunas de las razones por las que te amo, ¿te parece?
-Encantada, pero con una condición. –Pidió.
-La que quieras.
-Tomados de la mano. No quiero que me sueltes nunca.
-No te preocupes por eso. –Tomó su mano entre la suya. –No pensaba hacerlo jamás.
Ambos salieron de la habitación, y caminaron hasta la orilla del mar. Todo estaba realmente desierto, aunque con su presencia bastaba, ya que su amor era tan grande que inundaba todo el lugar.
-Ven. –Pidió ella con una sonrisa, se sentó en la arena, dejando que ésta se amoldara a su cuerpo. Sergio sonrió aún más al observarla, ¿cómo era posible que existiera una mujer así? ¿Y cómo era posible que a pesar de todos los errores que había cometido, ella siguiera ahí? Siguió contemplándola, y aquella extraña sensación que se apoderó de su pecho hizo que frunciera el ceño. Al observarla simplemente sentía algo que no podría describir jamás con palabras. El verla le provocaba una paz interior, una seguridad, cierta comodidad. - ¿Qué pasó? –Le preguntó Raquel. Sergio amplió su sonrisa y se sentó a su lado, para después tomar su mano con la suya y plantarle un beso allí.
-Nada. Simplemente me doy cuenta de que lo que siento por ti, es algo inexplicable. Es un sentimiento más que sublime, no tengo palabras para describir algo tan puro y bonito… -Susurró, mientras alzaba su mano y le acariciaba la mejilla. Ella amplió su sonrisa para después cerrar los ojos.
-¿Sabes? El hecho de que no puedas describir algo con algún adjetivo, simplemente lo hace más especial.
-Bien, lo que siento por ti es especial.
-Nuestro amor es especial. Tú eres especial. –Contestó ella, acariciándole el pecho, se encargó de empujarlo hasta que su espalda tocara la arena. Raquel se sentó a horcajadas sobre él. –El tiempo que paso contigo es especial. –Sonrió, para después inclinarse sobre Sergio y plantarle un profundo beso. Sintió las manos de él en su cintura. Raquel se retiró un poco para después recostar su cabeza sobre su pecho. Soltó un suspiro al escuchar los latidos del corazón de su esposo. Siempre le había gustado hacer aquello, esa simple acción la llenaba de paz. –Me encanta escuchar los latidos de tu corazón. –Le susurró, para después plantarle un beso en el pecho. Sintió las manos de él en su cabeza, acariciándole el cabello.
-Es un corazón que late por ti. –Contestó, sintiendo como ella sonreía.
-Me alegra saberlo. –Le comentó, incorporándose un poco. Lo miró a los ojos, observando como la luz de la luna se encargaba de iluminarlos dándole a la situación cierto aire especial. Pero, en aquel momento, en aquel lugar, simplemente todo era así; especial. Sergio se incorporó un poco para volver a robarle el aliento con un beso. Raquel colocó sus manos detrás de las orejas de él para evitar que aquel momento llegara a su fin. Ambos giraron, lo que hizo que el cuerpo de ella quedara en contra de la arena, siendo cubierto por Sergio. Separaron sus labios, para después mirarse fijamente y sonreír.
-Estos momentos son los que te atesoraré por el resto de mi vida. Hasta que muera.
-No hablemos de eso ahora. Tienes que estar conmigo durante mucho tiempo. Conmigo y con Lucas. –Observó la sonrisa de él. Raquel se limitó a abrazarlo, observando el bonito cielo lleno de estrellas que los cubría. Ella sonrió aún más al darse cuenta de la curiosa figura que se dibujaba allí. –Mira. –Le susurró a Sergio. Él se acostó al lado de ella, para poder observar lo que Raquel decía.
-Es… Hermoso. –Fue lo que puso decir. Ella se encargó de seguir mirando las estrellas que en aquella ocasión juntas, formaban un bonito corazón.
-Y muy adecuado para la situación. –Agregó ella. Sergio la miró por un par de segundos, para después volver a fijar su vista en las estrellas.
-No se compara.
-¿Con qué? –Frunció el ceño, juntando sus manos en el abdomen.
-Con el brillo de tus ojos, ¿sabes? Tú siempre has brillado y estoy seguro de que seguirás iluminando mi vida durante un buen tiempo. –Sonrió, tomando la mano de ella para plantarle un beso allí. –Las estrellas no brillan ni una cuarta parte de lo que lo haces tú. –Susurró. –Eres la estrella de mi vida. –Raquel correspondió a su sonrisa para después acercarse a él y plantarle un beso en la mejilla. -¿Qué es esto? –Preguntó él, mirándola fijamente. –No soy Lucas como para que me des un simple beso. –Susurró con cierto reproche. Raquel soltó una carcajada para en un rápido movimiento, sentarse sobre él de nuevo, apoyando sus manos en el pecho de su esposo. -¿Me dijiste semejante cumplido para que terminemos haciendo el amor?
-No exactamente. –Contestó con una pícara sonrisa, acariciándole la cintura. –Pero igual quiero hacer el amor contigo. –Agregó, mirándola fijamente.
-Yo siempre quise hacer el amor contigo a la luz de la luna. –Susurró, comenzando a acariciarle el pecho.
-Yo siempre quiero hacer el amor contigo en todos lados. –Contestó, haciendo que ella terminara de acostarse sobre él para poder darle un profundo beso. Raquel soltó un suspiro para después dejar que la lengua de él la invadiera.
-Bien, yo quiero hacer el amor contigo, ahora. –Pidió en aquel tono de niña berrinchuda, mirándolo con intensidad.
-Sabes que tus deseos, son órdenes para mí.
-Deja la palabrería a un lado y bésame. –Exigió con una sonrisa.
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Engaños de un amor (Serquel)
RomanceEl matrimonio de aquel par de abogados era uno de los más sólidos de toda España; ante toda la sociedad eran una pareja que se amaba con locura, Raquel también lo creía así, pero Sergio se encargó de hacerle creer lo contrario; de la noche a la mañ...