47.

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Virginia se recostó en la puerta principal de su casa para después soltar un suspiro. En definitiva se sentía culpable, quizá lo mejor habría sido hablar y contar todo desde un principio. Quizá lo mejor habría sido no haberle hecho caso al idiota de Sergio y haberle contado todo a Raquel de una vez.


Pero, no había vuelta atrás. Lo hecho, hecho estaba y así se quedaría.


Ahora, ¿qué podría hacer? ¿Decirle todo a Sergio? ¿Qué en realidad prácticamente Raquel había sido orillada a hacer aquello?


Esa era una opción. Pero Raquel le había pedido discreción, así que no podría contar nada. Si había guardado el secreto de Sergio, debía guardar el secreto de Raquel. Debía hacerlo.


Frunció el ceño al escuchar un ruido proveniente de la cocina. Caminó unos cuantos pasos y se sorprendió al encontrar allí a Sergio. Hizo una mueca y se dirigió directamente a su cuarto. Tenía muchas cosas que pensar.


Prácticamente en sus manos estaba el destino de aquel par de idiotas. De nuevo, volvía a tener todo el poder.


Y tanto poder era malo, en definitiva.


Se dio un relajante baño, mientras volvía a sopesar aquello. Salió a la cocina, volviendo a encontrar a Sergio sentado en uno de aquellos taburetes, llevándose otra copa a los labios.


-¡Con un demonio! ¡Para ya! –Gritó Virginia, tomando la botella de vodka que Sergio tenía a su lado. Él se colocó de pie mirándola fijamente para después abalanzarse sobre ella y tratar de quitársela. Virginia le dio la espalda mientras sentía como las manos de él la rodeaban. La botella se estrelló en contra del piso, haciendo que aquel líquido se esparciera por todo el suelo. –Eres un maldito imbécil, Sergio.

-¿Ah sí? ¿Por qué? ¿Por enamorarme de una golfa? –Soltó, sentándose con brusquedad en los taburetes de la cocina.

-Por no usar tu lógica. Raquel es una mujer íntegra que no es capaz de andar por ahí revolcándose con todos los hombres.

-Y por eso no sabe quién es el padre de su hijo, ya. –Se limitó a decir, colocándose de pie.

-Yo no puedo decir algo que ella no quiere que diga. ¿Pero sabes una cosa? Las cosas nunca son lo que parecen. –Comenzó a seguirlo, notando como él quería irse de aquel lugar. –Recuerda que ella pensaba que tú y yo… ¡Sergio! –Gritó, notando como él abría la puerta. -¡Escúchame! –Soltó un improperio al tener como respuesta un fuerte portazo. Virginia tomó una de las copas que se encontraban sobre la mesa para después estrellarla en contra de la puerta por donde aquel idiota había salido. -¡Imbécil! –Le gritó al vacío.

  ***

Raquel subió a su habitación. La tarde estaba cayendo y la soledad en su casa la volvía loca. Sonrió al pensar que en algunos meses, lo que menos habría en aquella casa, sería soledad. Afortunadamente había sido bendecida con aquel bebé. Solo esperaba que la bendición fuera completada al confirmar que su padre era el hombre al que ella amaba.


Porque, el padre de aquel bebé, tenía que ser Sergio, ¿no? Si pensaba bien las cosas, las náuseas la habían atacado antes de que ella se acostara con Julio. Aunque quizá aquello fuera culpa de la parrillada de su padre y… No. Eso sería una burlona coincidencia. En definitiva tenía que descartar aquella opción. Tenía que dejar de pensar en estupideces para cuadrar una cita con la ginecóloga que atendía a su hermana. Sí, eso haría. Aunque también quería comentar con alguien sus penas, pero… A su padre le daría un infarto, en definitiva. ¿Qué le quedaba? ¿Llamar a Crisdel? No. Su embarazo era de alto riesgo. ¿Virginia? No. La pobre mujer había aguantado su llanto durante toda la mañana.


Solo le quedaba su madre, pero si era honesta consigo misma, no confiaba lo suficiente en ella. Era una verdadera lástima pero así estaban las cosas.


Bárbara siempre se había llevado con Crisdel y Rodrigo con Raquel.


Abrió el closet, comenzando a sacar un par de álbumes. Qué coño, el masoquismo era lo suyo, en definitiva, y eso no cambiaría nunca.


Comenzó a ver aquellas fotografías; algunas eran de su boda. Había una en especial, que en definitiva le encantaba. Ella salía mirando a la cámara, con una sonrisa deslumbrante, mientras Sergio la miraba. Joder, qué mirada. Jamás había visto tanto amor en unos ojos tan preciosos. Continuó viendo aquellas fotos; en la siguiente ella lo miraba a los ojos, encargándose de devolverle aquella mirada de amor. En otra se estaban besando. En otra bailando. Raquel sonrió mientras una lágrima caía sobre el plástico que cubría aquellas fotos.


Las imágenes seguían pasando, las lágrimas cayendo y su corazón, quebrándose.


Cada fotografía se encargaba de rasgar un poco más su corazón, de recordarle lo que había tenido y lo que le había sido arrebatado.


La cereza del pastel llegó en cuanto vio el ultrasonido que se había practicado cuando había estado embarazada de Antonella. En aquella ocasión el plástico que cubría aquello fue mojado por más lágrimas. Raquel ahogó un sollozo y cerró el álbum con brusquedad, para después abrazarlo con todas sus fuerzas, como si con aquel acto pudiera hacer que las cosas volvieran a la normalidad.


Pero, todo estaba absolutamente igual; hecho un desastre.


Se colocó de pie con lentitud para después tomar su chaqueta blanca y encaminarse a ver a Rodrigo. Quizá no podría contarle todo, pero sí podría abrazarlo. Y aquella acción ya le daba una increíble paz en su corazón.

...

Engaños de un amor (Serquel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora