7.

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Otro día perfecto.-Pensó con sarcasmo, mientras se miraba en el espejo, colocándose su collar favorito. Sonrió. Aquella sonrisa fría, conformista y cínica que se posaba en su rostro con frecuencia. Aquel collar era su favorito por ser tan costoso, aquello demostraba que era una mujer con una estabilidad económica increíble.


-¿Así que todo se reduce a dinero para ti?- Se obligó a sí misma a callar aquella maldita voz que le arruinaba todos sus días.


Miró por la ventana; era un día hermoso en Madrid.

Madrid.

Observó su cicatriz con desprecio y se dijo que lo mejor había sido mudarse. Había sido la decisión correcta. Después de todo, no le iba tan mal.


Estaba vestida exquisitamente. Como siempre. En aquella ocasión tenía un vestido blanco ceñido a su cuerpo, que le llegaba hasta las rodillas,  sin mangas. Se ceñía más a su cintura baja con un diminuto cinto color morado. Y encima cargaba una chaqueta también ceñida al cuerpo del mismo color del cinto, la cual combinaba con sus tacones altos. Dejó su cabello castaño oscuro liso, suelto. Asegurándose de que su flequillo cubriese su cicatriz. Ya estaba lista, y aquel día tenía que atender uno de sus casos más importantes, se encargó de perfumarse y terminar de retocar su maquillaje, para montarse en su auto e ir rumbo al bufete en donde trabajaba. Mientras iba por el camino, pensaba que eso de ser una abogada relativamente exitosa, no era muy bueno que se dijese. Su trabajo acarreaba varios enemigos.


Finalmente estacionó su auto en el estacionamiento de aquel edificio de arquitectura moderna. Bajó de éste y se encaminó a la entrada.


-Buenos días, señorita Murillo.-Le dijo el vigilante.

-Buenos días.-Contestó secamente, sin expresión facial alguna. Entró al bufete en donde laboraba.


Subió por el ascensor, mirándose en el espejo y dándose cuenta de que su cicatriz estaba descubierta. Maldita sea. Rápidamente alcanzó a cubrírsela con su flequillo, justo en el momento en el que las puertas del ascensor se abrieron.


Salió de allí, caminando por el largo pasillo, atrayendo más miradas a su paso. La mayoría la saludó cordialmente, a lo que ella respondía con un asentimiento de cabeza. Sin sonrisa. Su sonrisa se había extinguido hacía muchos años.


Dejó su maletín y bolso en su oficina, encendiendo su computadora mientras se sentaba delante de ésta. A los pocos segundos apareció Teresa, su secretaria, con aquel café en su mano y un block de notas en la otra. Raquel tomó en la café con gusto, sorbiéndolo un poco y apreciando como el líquido caliente bajaba por su garganta. Suspiró.


-¿Qué hay hoy?-Le preguntó con cierta amabilidad a su secretaria.

-El caso de los Delgado…-Dijo revisando su block de notas.-…El juicio es a las diez. Su hermana la llamó ayer después de que usted se fuera, dice que le devuelva la llamada pronto, necesita hablar con usted. Discusión de casos a las doce, es un almuerzo con los abogados del caso de los Pérez, no sé si lo recuerda…

-Sí.-Se limitó a decir, mirándola de reojo y dándole otro sorbo a su café.

-El señor Nicolás ha solicitado la entrega del informe hoy a las cinco. Le urge. Y… Ah, tiene un nuevo caso, llegó temprano, al parecer le urge.

-¿Está aquí?-Preguntó, recostándose en su silla.

-Sí. ¿Lo hago pasar?

-¿De qué se trata?

-Es algo complicado…-Comenzó a decir con tacto.

-Hazlo pasar de una vez.-Le dijo con una sonrisa honesta. Teresa era de las pocas personas en las que confiaba plenamente. Dejó el café a un lado.-Y tráeme el informe del cliente.

-Sobre eso…-Comenzó a decir apenada.-El señor no estaba seguro de que usted lo fuera atender, es por ello que no permitió que le hiciese el informe.

-De acuerdo, tendré que hacerlo yo…-Dijo poco convencida.

-Disculpe, doctora, yo…

-No hace falta. Retírate.-Le dijo más severa.

-Con permiso.-Le dijo apenada. Raquel se colocó de pie, yendo hacia el archivador de la oficina. Tendría que llenar el papeleo ella misma. Escuchó como Teresa le decía al joven que pasase. Ella se colocó en cuclillas, buscando los papeles necesarios en el último compartimiento del archivador. Escuchó como unos pasos se aproximaban y supo que aquel hombre ya había entrado a su oficina, se dio cuenta del pequeño sonido que emitió la puerta al cerrarse. Se incorporó, bajando el vestido y asegurándose de que su cicatriz estuviese totalmente tapada. Tomó con fuerza los documentos y se giró sobre sí misma.


El asombro se reflejó en su rostro y los papeles estuvieron a punto de caérsele al suelo. Se obligó a sí misma a respirar profundamente y a no desmayarse en el lugar.


-¿Qué hace aquí?-Fue lo primero en decirle, tomando asiento en su silla y cruzándose de piernas tras dejar los documentos en su escritorio.

-Necesito de tu ayuda.-Aquella voz ronca que no había escuchado en tres años, se encargó de provocarle escalofríos.

-¿Qué quiere?-Le dijo con los dientes apretados.

-Yo…-Tomó asiento. Raquel lo observó directamente a los ojos; aquellos ojos que hacía unos cinco años la habían mirado con adoración y amor, pero que hacía tres años habían reflejado emociones contrarias. Y ahora… Estaban tan vacíos y tan fríos…-Estoy metido en un problema.-Oh, tan típico de Sergio. En su matrimonio él siempre perdía el control de la situación, un ejemplo claro eran las finanzas; Raquel siempre tenía que administrarlas adecuadamente…


Su matrimonio.

...


Engaños de un amor (Serquel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora