2.11

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Odiaba con toda mi alma esta época del año, me faltaban uñas, me sobraba estrés y mi cerebro comenzaba a quejarse de que quería dejar de trabajar. Mucha fuerza de voluntad debía de reunir para ser capaz de cerrarle la puerta en las narices a Ethan y centrarme en mis exámenes.

Afortunadamente, él estaba grabando en California y Gabe estaba lo suficientemente estresado como para no sacar la nariz de los apuntes. Cuando se acercaba el verano, también lo hacían los tediosos y angustiosos exámenes, y como estudiante de doble grado que era, tenía que quejarme.

Había acabado ya cuatro de los seis de este semestre, pero me quedaban los dos peores, los más extensos en cuanto a temario y complicados. Es por eso por lo que le lancé una zapatilla a Colin a la frente cuando entró en mi habitación sin mi permiso para contarme cosas sobre su trabajo.

Él, claro está, había acabado ya todos los exámenes y no dejaba de restregárnoslo yéndose a la cafetería de enfrente a hacer llamadas con Ambrose. Gabe y yo le habíamos prohibido hablar en casa, gritaban demasiado.

Esa mañana daba entre pena y asco, el pelo sin habérmelo lavado en una semana estaba apelmazado y pegado a los lados de mi cara, los bucles de mis rizos sin forma alguna y el color de normal de un cobrizo caramelo, ahora parecía casi castaño de lo sucio que lo llevaba. Pero si no tenía tiempo ni de comer otra cosa que no fueran barritas y galletas pegajosas, menos lo tenía para ducharme.

Menos mal que Miller no estaba en casa, aunque bueno, él me había visto con piojos y todo.

—¡Skyyyy, voy a irme ya!

El corazón me dio un brinco nervioso, Gabe se había ofrecido a llevarme a la facultad para que tuviera tiempo de pasarme por la biblioteca antes, pero quería terminar de memorizarme un concepto. Necesitaba cinco minutos y ya lo tendría todo, un simple repaso y ya.

—¡Me vooooy, cielito!

Durante los exámenes Gabe dejaba de ser Gabe para convertirse en Gabriel, el estudiante de medicina que era mucho más que una cara bonita. Tenía el cerebro igual de grande que su ego, y eso, desde el punto de vista de alguien que lo había visto masturbarse mientras cantaba canciones de Rixon, era todo un halago.

Vale, ya tenía derecho internacional y psicología social memorizado. Podía con ellos.

—¡Me estoy yeeeendo, pichoncito!

Recogí a toda velocidad mis apuntes, los metí a presión en la mochila y salí del cuarto justo a tiempo de que Gabe me mirara con el ceño fruncido. Se dio golpecitos en la muñeca donde debería haber estado su reloj y yo apreté los labios.

—¡Venga, vamos! Tanta prisa y te quedas ahí empanado mirándome.

—Hueles a muerto.

—Y tú a pescadería y nadie te dice nada, gilipollas.

No mentía, los dos dábamos asco durante exámenes.

De normal su pelo rubio y pulcramente ordenado ahora estaba de un color opaco algo grasiento y más largo de lo usual. Encima llevaba la parte de arriba de su pijama, con mancha de pasta de dientes incluida.

Todo un adonis.

La mejor época de nuestras vidas mis ovarios, la universidad era una mierda.

Me obligó a recitarle sus apuntes mientras conducía, él completaba la información que yo decidía y cada vez que se confundía le daba un golpecito frustrado al volante. Nos chillamos varias veces por ese hecho, pero al final volvíamos a repasar.

No nos matamos de milagro.

Estábamos ya llegando a la facultad de derecho y ciencias políticas cuando tuvo que dar un frenazo para no atropellar a Corey.

Flores en el cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora