10.

40 9 14
                                    

¿Cuál es uno de los momentos más tensos a los que tiene que enfrentarse un adolescente de más de quince años?
Exacto, al del examen de conducir.

Me dieron la licencia a regañadientes y eso que en este país se la daban a cualquier desequilibrado que fuera a sesenta por hora en calles residenciales...pero la cuestión es que me la dieron, le pidieron por favor a mi padre que me acompañara siempre en mis trayectos y le tembló el semblante, pero me la dieron.

Así que tan mal no podía conducir.

Rest in peace, Skyler Johnson.

Tú cállate, escoria mental.

Me desperté a las seis horas de tumbarme en la magnificencia y comodidad de mi cama y casi gruñí en cuanto me sonó la alarma. Era lunes, y eso significaba que yo tenía muchas actividades que hacer y dos niños de los que encargarme en lo que mi tío de treinta años se dignaba a aparecer.

— ¡Arriba todo el mundo, venga, vamos!

El sonido de la cuchara de madera impactando contra el metal de la olla me retumbó en los oídos mas surtió el efecto necesario: dos matas de pelo pelirrojo estaban fuera de las colchas y refregándose perezosos los párpados entre abiertos.

Sonreí mostrándoles todos mis dientes, desaliñada y con el pijama puesto del revés porque para dormir me preocupaba de simplemente tener las persianas bajadas, y les señalé las escaleras.

— A desayunar y a vestirse que tengo que dejaros en el colegio antes de ir al instituto.

Miles me insultó al pasar por mi lado y Owen me estiró del dobladillo de la camiseta, hundiendo sus pálidas cejas en un ceño.

— ¿Se sabe algo del tío James y los abuelos?

— Ahora en la mesa os explicaré.

Como yo era más rápida comiendo, aproveché que empezaron a trastear en la cocina para ponerme la ropa de ese día. Enfundándome en un chándal negro y recogiendo mi larga melena en la trenza de siempre, casi me mato al olvidar atarme una de las zapatillas.

Trastabillé y agradecí la barandilla, porque me hubiera comido el pico de los escalones de no ser por ella. Deslizándome por esta como el niño de "solo en casa", aparecí triunfal.

Solo que mi público eran mis dos hermanos pequeños que tenían una de las cejas enarcadas y me miraban como si me hubiese vuelto loca.

— Traigo buenas noticias, hijos del demonio—le robé la tostada a Miles antes de que le diera un mordisco—, mhm...pensaba que la mamá te había prohibido comer nutella...

— Y por eso te la estás comiendo tú—abrió los brazos como si fuera un líder que saluda a sus masas y le robó el plátano a Owen.

— ¡Eh, búscate tu propia banana!

— Ya la tengo—la zarandeó delante de sus narices—, ¿no la ves?

— Eres un...

Di una palmada, sonora y eficiente.

— Papá me ha llamado, les llegó la notificación de que estaba fuera de peligro antes de embarcar. Mamá sí va a quedarse unas dos semanas en París, para ayudar a los abuelos y con el tema de la rehabilitación pero papá volverá en un par de días—cogí aire—, la abuela tiene la cadera rota, el abuelo no se ha hecho nada más que unos cuantos hematomas y el tío James debe de haber salido ya de quirófano.

Fui directa y sincera, nunca entendía el afán de los adultos de maquillar la verdad a los más pequeños. Si bien en cierto aspecto de la psicología era necesario cuando no tenían edades que comprendieran la gravedad en las cosas, no lo era en esos momentos. Miles y Owen tenían nueve años y la suficiente capacidad para entender que nuestra familia estaba bien, un poco jodidos, pero bien.

Flores en el cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora