18.

22 6 17
                                    

Metí la cuchara hasta en el fondo del bote, cada vez me iba quedando menos y menos, pero mi angustia era tan inmensa que no conseguía saciarme. Quería gritar, quería llorar, quería hacer tantos esfuerzos para intentar apaciguar las abejas nerviosas que me agujereaban el estómago que parecía una mujer psicodélica de los años sesenta abandonada por el marido. Me refregué la nariz, porque encima me estaba resfriando y apagué el portátil.

Fue en el momento en el que clavé la mirada en el techo, maldiciendo mi entera existencia con la cuchara a medio camino entre mi boca y el bote que llegó Ethan vistiendo una resplandeciente sonrisa.

— Eh... Skype, ¿se puede saber qué haces?

— Como Nutella.

— A cucharadas...

— Estoy triste, déjame. —Miller me arrebató la cuchara de las manos—, ¡eh, devuélveme eso!

— No pienso contribuir a tu engulle nervioso, levanta el culo de la cama, hay que darte una ducha y... Sky, ¿por qué llevas mi ropa? — esa vez la sonrisa fue divertida y la mirada severa cambió a una enternecida. Bufé enfurruñada, cruzándome de brazos y traté de bajarme la sudadera para no quedarme en bragas delante de él.

— Olía bien — farfullé en tono molesto.

Ethan me rodeó con sus fuertes brazos y yo le bajé la capucha para poder enredar mis dedos en sus rizados cabellos, sonreí ante el tacto y, tras un escueto beso, lo empujé divertida.

— ¿Al final puedes acompañarme? Colin me ha llamado diciéndome que Javier estaba enfermo y no quería dejarlo solo —asintió y me dio un empujoncito en la espalda baja—, ya voy, ya voy...

(...)

Estaba frente al espejo, inspeccionando con mirada crítica el atuendo y todo lo que en esos momentos me caracterizaba. El cabello recogido en una soberbia trenza, un maquillaje suave que tapaba mis ojeras, las cuales habían surgido por culpa de la noche anterior. Llevaba durmiendo fatal tres noches y media, con los nervios atormentándome en unas pesadillas en las que el villano era una F gigante.

Lo único que calmaba a mi barriga era la famosa manzanilla de mi madre.

Suspiré y repasé los vaqueros negros en conjunto a la blusa azulada, el color de Yale. No era de las personas que hacían la pelota, pero un detalle tenía que tener con mi futura universidad.

Así me gusta, positivismo.

— Estás preciosa, Skype.

Lo miré a través del espejo como si estuviéramos en la película de Alicia en el País de las Maravillas, por aquel entonces había apaciguado en suma cantidad el infierno desatado que era mi carácter. Ethan Miller era paz y calma, una paciencia infinita que envidiaba en demasía. Sería un grandioso profesor el día de mañana, si es que al final se decantaba por esa opción en lugar de perseguir su sueño de ser actor.

— Bah, eso lo dices porque eres mi novio.

Se acercó hasta que su nariz estuvo pegada a mi pelo y dejó un suave beso. Nunca me había gustado el contacto físico, pero con él no me desagradaba. Me giré entre sus brazos, quedando frente a él, me eché un poco hacia atrás, presionando su agarre.

— ¿Crees que me cogerán?

— Sé que les vas a encantar.

— ¿Cómo estás tan seguro de ello? Reciben miles, ¡qué digo miles! Millones de solicitudes, ¿qué me van a ver de especial?

Me apretujé los dedos con nerviosismo, divagando en el mar tortuoso de la incertidumbre. No estaba preparada para la entrevista, era superior a mí. Necesitaba más tiempo para mentalizarme, más noches en vela repasando la redacción, el tema...

Flores en el cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora