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las faltas se irán corrigiendo a lo largo del día de hoy y mañana <3


— No puedes estar realmente nerviosa por eso, ¿me estás vacilando? ¡Lleváis casi dos meses ensayando el dichoso baile! ¡Si Colin ahora está mamadísimo y tú podrías partirme la cabeza con una de tus piernas!

Solté una sonora carcajada viendo la cara de pánico en el rostro de Camille, era muy expresiva cuando hablaba, y si a eso le añadíamos que se había tomado una cerveza de su padre a escondidas, la encontraba en su punto más álgido del dramatismo.

A dos días de Acción de Gracias y a tres horas del concurso del instituto, tenía el estómago más revuelto que la vez que decidió Ethan que era buena idea mezclar carne de kebab con mostaza agria. Estuve a nada de dejarle, pero teniendo en cuenta que seguíamos sin ser nada oficial, habría quedado bastante de ridícula.

La época de los exámenes había sido la peor para él, porque yo en ese período me encerraba en mi habitación como si tuviera alguna especie de enfermedad contagiosa y mi madre me pasaba la comida por la rendija. Eran las únicas semanas en las que mis hermanos decidían ser seres humanos normales y no tocarme las narices, pero habiendo terminado ayer el último examen de biología, hoy volvían a ser los ruidosos Hijos de Satán de siempre.

— Ya sabes cómo de estrictos son los jueces... oye, nunca me diste tu opinión sobre... bueno, ya sabes, Miller.

— Eres la única que llama Miller a Ethan, y eres la única que le come la boca, aclara tus prioridades, señorita, ¡auch! ¡Voy a coger todos los cojines de esta casa!

— ¿Necesitas ayuda?

Casi se me desencaja la mandíbula de la cabeza cuando vimos la entrada triunfal de nuestro mejor amigo. Iba vestido como en Grease, el pelo engominado en su punto justo, los pantalones pitillo ajustándose en las esquinas adecuadas de su musculoso cuerpo. Miré por el rabillo del ojo a Camille boquear y me habría reído, vamos que si me habría reído, pero es que yo me caí de culo cuando entró Miller porque Camille me empujó por los nervios.

— ¡Estás muerta!

— Por dentro, bebé.

A punto de saltar a la yugular de la venezolana, Miller me enganchó de la cintura. Me seguía sorprendiendo lo fuerte que era y lo escuálido que parecía a veces, había perdido un poco de peso y tenía muchas ojeras, pero seguían brillándole los ojos con tanto fulgor que me quedaba un poco boba.

— Dos semanas sin vernos y te detengo de cometer un asesinato, ¿es esto una sitcom o qué? —giré en sus brazos, tomando un poco de distancia porque me incomodaba estar tan pegada a alguien delante de los dos babosos cotillas—. Ven un momento, tenemos que hablar.

Con los ovarios como corbata, tragué saliva y asentí. Me iba a dejar, porque era imposible soportar a una histérica, dramática y obsesa como yo, estaba claro.

Me crucé de brazos en el pasillo y decidí que si alguien iba a dejar al otro, esa iba a ser yo, porque antes corazón roto que dignidad perdida. Abrí la boca para empezar con la sarta de mentiras, pero Miller fue más rápido y, tomándome de la barbilla, me besó.

Me quedé un poco descolocada, tanto, que empecé a reírme como una gilipollas mientras le besaba y tuvimos que separarnos un poco. Me miró divertido, enarcando una ceja.

— Perdón, no me lo esperaba.

Negó carcajeándose.

— Dime por favor que no creías que iba a...¡por Dios, Skype! 

Flores en el cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora