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Si algo me gustaba del teatro, era la posibilidad de embriagarte en los sentimientos de otra persona. La inmediatez en la que cambiabas de piel y dejabas de ser tú, de poseer tus miedos e inseguridades para convertirte en el personaje que representabas.

Esa era mi parte favorita del teatro, dejar de ser yo durante unos instantes. No tener mayor preocupación que la del escenario.

Sin embargo, ahora no estaba con los pies descalzos en las tablas de madera de la sala del centro de Seattle, mucho menos con mis puntas dando piruetas ni representando coreografías dignas del ballet. No.

En esos momentos estaba sobre la hojarasca del otoño, con la brisa fresca erizándome el vello de los brazos y mis ojos abiertos como platos debido al bello paisaje. Ethan me había llevado a un pequeño camino que desembocaba en el bosque y pese a que no vivía en Massachusetts, los árboles sí eran marrones aún siendo que estábamos en septiembre.

Los cálidos colores de las hojas te refugiaban como una manta en el más gélido de los inviernos.

Estaba muda, desde ese lugar podría haber echado a correr rumbo a las profundidades del bosque, perderme en los abetos o regresar al bullicio de la ciudad. Era justo la linde que cortaba el campo con los edificios.

La naturaleza con el hombre.

— Esto es...—parpadeé como si así pudiera despertar de mi ensueño. Miller sonreía ladinamente, observándome por el rabillo del ojo con orgullo.

Y claro que estaba orgulloso, aquel lugar me lo había descubierto él y le encantaba verme pasmada por primera vez en la vida.

Nunca me había quedado sin palabras. Carraspeé forzando mi garganta y abarqué el espacio con mi mano.

— Esto es precioso...nunca había venido, ¿cómo lo encontraste?

Si me decía que en google iba a tirarle el teléfono a la cabeza.

— Cuando vuelves a tu ciudad después de mucho tiempo es como si dejara de ser tuya y empiezas a verla a través de los ojos de un turista, ya sabes, te preocupas más por descubrir lugares que antes te habrían dado igual y sorprendentemente, yo encontré este de aquí divagando—explicó y abrió su mochila, un par de cuerdas, grilletes y rodilleras se escurrieron de esta al suelo—, no frunzas tanto el ceño que vas a parecer mi abuela.

Tiene espíritu de abuela.
Cállate.

Automáticamente relajé el semblante mas me acuclillé para inspeccionar todos los objetos que traía consigo. Desde mi antigua posición, tras su espalda en la bicicleta, había sido imposible atisbar cuántos bultos escondía.

— Espero que no pretendas lo que creo que pretendes—avisé, viendo como empezaba a ponerse las rodilleras y me tendía unas a mí.

— Vamos, Sky. Te dije que te iba a ayudar, fíate de mí.

Dudé.

— ¿Y cómo se supone que me va a ayudar caerme desde una colina sin casco? Hay muchas probabilidades de que resbale y me...

— Imagínate escribir sobre la libertad que te proporciona un nuevo reto, el ansia de probarte a ti mismo y darte cuenta de que sí, eres capaz. Ahora, imagínate que eres el rector y que te llega esa redacción. Yo lo admito de cabeza, vamos.

Alguien se despertó poético hoy...
Pero qué labia tiene.

Me relamí los labios pensativa pese a que ya estaba poniéndome las rodilleras y los guantes que me tendía. Se aferraban al dorso pero los dedos estaban libres, permitiendo así un movimiento bastante cómodo.

Flores en el cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora