14.

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El hormigueo incesante en las yemas de mis dedos, como si ansiaran por rozar cada centímetro de su rostro. Una sensación de urgencia que me abrasó el pecho y me dejó anonadada.

Pero justo cuando sus labios y los míos estaban a milímetros de ser rozados por primera vez, su madre salió como en una obra teatral demasiado esperpéntica, con el delantal lleno de sangre y un cuchillo. Parecía una escena del resplandor, con la diminuta diferencia de que gritaba palabras sinsentido y el padre de Ethan iba sin un dedo en la mano.

— ¡Hijo, coge el coche, rápido! ¡Que le he cortado un dedo a tu padre sin querer!

— ¡Sin querer evitarlo, mujer! ¡Que ibas directa a rebanarme el cuello y esto —señaló lo que en esos momentos era un muñón — te lo ha impedido!

Me mordí con fuerzas las mejillas, porque ante situaciones estrambóticas, a mí me entraba la risa. Miller estaba ruborizado y miraba a sus dos padres como quien asentiría a una muerte asegurada, creí que le iba a dar una combustión espontánea ahí mismo si no le hacía reaccionar, así que, muy en contra de mi repulsión por el contacto físico...

Ajá, pero bien que le ibas a comer la boca...

Ejem, muy en contra de eso, le pellizqué en las costillas para que reaccionara. Debía de ser muy influenciable o el señor Lucas un dictador, porque pegó un bote que bien podría haber tenido cuatro patas y bigotitos adorables en la nariz.

— ¡Ethan, caray, ¿¡puedes hacernos caso!?! — su madre embarazada, llena de sangre y con un cuchillo daba muchísimo miedo, y estoy segura de que Miller opinó lo mismo, porque asintió como si fuera un soldado en una misión de urgencia y corrió a sacar el coche del garaje.

La señora Miller, en ese mismo momento, se me quedó mirando con la mano limpia tapándose la boca. Hizo un bailecito con las cejas que me incomodó un poco y yo empecé a rascarme la nuca como quien no quería la cosa. Sonrió amplio, como el gato de Cheshire y me guiñó uno de sus grandes ojos antes de subirse al coche contoneando sus anchas caderas.

¿Esto había sido real?

— Ni se te ocurra escapar — la voz grave de Miller me susurró esas palabras al oído, le di un manotazo del susto, porque no me había dado cuenta en ningún momento de que se había acercado —, porque me tienes que dar mi beso de despedida antes de la mudanza.

— Já, sigue soñando — bufé tan exagerada que dos mechones rebeldes se esparcieron por mi cara. Antes de poder apartármelos por mí misma, porque hello, tengo manos, Miller aprovechó y me los puso detrás de las orejas.

Entonces sonrió de lado, me esforcé en mantener una expresión neutra, porque la realidad es que estaba atacada por todo el giro argumental, pero él, como siempre, me calmó con su bonita mirada.

— Nos vemos en cuanto mi padre recupere el dedo, Skype — entonces se agachó, me dio un beso corto, sin nada más que el roce de nuestros labios, y, dejándome con la boca fruncida como un pato y en medio del jardín de su casa, se montó al coche y arrancó.

Estuve varios minutos tratando de asimilar todo lo que había pasado en menos de una hora y tuve que sentarme unos segundos. La cabeza me daba vueltas, el hombro pinchazos y mi maldito y desubicado corazón parecía correr una carrera contra al équido más veloz.

Bueno, quizá me tiré más de unos segundos sentada, porque cuando llegué de nuevo a mi casa, el sol ya empezaba a ponerse y yo tenía un miedo atenazándome hasta el cerebelo, y eso sólo significaba una cosa: Skyler, cuidado con las escaleras.

Spoiler: se comió un par de lleno.

Miller no acudió a clase la semana siguiente, el dedo de su padre ya estaba en el lugar que le correspondía, pero había tenido que irse con él para ayudarle con las gestiones de una película, ya que, al estar manco, no podía conducir y su madre no tenía la licencia. Hablábamos por mensaje, cosa que siempre he odiado, pero con él no me molestó tanto como debería.

Flores en el cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora