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El teléfono me vibró furioso en los pantalones, lo cogí ceñuda, de normal nadie estaba despierto a las nueve de la mañana un domingo, pero se ve que para molestar a servidora siempre había excepciones.

—¿Qué?

Un hipido me descolocó, el sollozo que lo siguió hizo que perdiera el color de las mejillas.

—¿Qué pasa, Colin?

—Ha muerto. Se ha muerto—volvió a hipar, el corazón se me quedó estático a mitad de un latido—, ha sido verme y... se ha muerto, Sky, está tieso. Tieso como una piedra.

Oí forcejeo y de pronto la voz lacrimosa de Colin fue sustituida por la consternada de Camille.

—¿Dónde estás? Paso a recogerte, nos vamos de entierro.

Y así acabé en el asiento del copiloto, mirando lívida a Camille, quien no se dignaba a decirme quién se había muerto. Pensé en la cantidad de personas que teníamos en común y, durante un instante, pensé en que quizá Ethan era el muerto, en que quizá lo que vi ayer no fue sino el fantasma del chico que...

—Quita esa cara, parece mentira que no te alegres de verme.

—¡Acabas de decirme que nos vamos de entierro! ¿¡Qué quieres que haga, que llore de la felicidad!? —chasqueó la lengua, indignada, y aprovechó el semáforo en rojo para girarse en redondo hacia mí.

—¡Pues sí! ¡Si has encontrado a otra mejor amiga en tu universidad de pijos dímelo! ¡Lo superaré!

—¿¡QUIÉN. SE. HA. MUERTO!? —bramé, sobresaltándola. Achicó los ojos marrones y dio un acelerón que me quitó el aliento, estuve a punto de matarla, pero eso me habría matado a mí también y la verdad es que no quería convertirme en una persona más muerta por accidente de tráfico.

—¡Y dale con la cantinela!

Llegamos al jardín de Colin y casi que me tiré del coche para saciar mis dudas, en cuanto puse un pie en el césped, la verdad me dio una bofetada y pasé de la preocupación al enfado en un santiamén. Ahí, en medio del porche, estaba Colin llorando desconsolado mientras se aferraba al cuerpo verde de Javier, su periquito.

—La madre que lo parió...—susurré, mordaz y cogí del brazo a Camille cuando intentó escabullirse entre los otros—, ¡no me lo has dicho a propósito! ¡Estás enferma! —me sacó la lengua, dejándome patidifusa.

Iba a matarla, iba a matar a Colin por el susto y luego a Camille por ser una estúpida de cuidado. Pensaba cometer un doble homicidio, y de paso iba a matar también a Gabe, por estar en medio del grupo y a Ambrose, por no ser la voz de la razón.

¡Y ya que estaba, me iba a cargar a Miller por seguir vivo!

—¡Sky! —ignoré la efusividad de Gabe y le enseñé el dedo de en medio, yendo directa a Colin—Oh, oh.

—¡Menudo susto me has...! —me callé al ver lo triste que estaba. Me mordí los labios y tomé una profunda respiración.

Vamos, Skyler, hora de practicar la empatía.

Le di unas palmaditas incómodas en el hombro y acepté el abrazo de Ambrose, quien miraba la escena sin saber qué hacer. Colin se había levantado y ahora estaba dejando el cuerpecito del periquito dentro de una caja de madera.

—No veas el disgusto...—bajó la voz para que solo yo la escuchara—, ha sido ir a su cuarto, que el pájaro lo viera y nada más acercarse para darle un besito, el bicho se ha desplomado en el suelo—hizo una mueca, viendo cómo su novio lo enterraba en una parcela del jardín.

Flores en el cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora