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Me desperté de mal humor porque mi alarma no dejaba de sonar y Camille no paraba de quejarse. Con el ceño ya fruncido a las ocho de la mañana, me enfundé en mis pantalones de chándal y bajé a la cocina seguida por el zombie que era mi mejor amiga.

Camille odiaba las mañanas, sobre todo si se levantaba pronto cuando era fin de semana. A mí no me molestaba, nunca había sido capaz de dormirme hasta más allá de las nueve así que, de no ser por la forma en que me había despertado, estaría fresca como una rosa.

— Necesito que me expliques el porqué de hacerme madrugar un maldito sábado.

Escupió de tal forma las palabras que casi me atraganté con las tostadas por la risa. La verdad es que verla cabreada era un chiste para mí, siempre iba tan feliz...eso era oro puro.

Así ya tenía algo con lo que respaldarme cuando se quejara de mi cara de estreñida en el instituto.

— Tengo que acompañar a Owen a encontrarle una casa al dichoso gato—expliqué y le di un trago a mi vaso de cola cao.

Camille tenía familia en varios países de Sudamérica y en España, por lo que de esta última traía deliciosas mezclas en polvo y de los primeros recetas que hacían que sus caderas se volvieran más voluptuosas.

— Además, a las doce tengo que estar en el autobús para llegar a la una al centro—expliqué.

— No entiendo cómo haces tantas cosas ni de dónde sacas la energía...—tenía la mirada perdida en su vaso de leche mientras hablaba.

Solté una risotada cuando vi cómo se le cerraban los ojos y cabeceaba.

— Anda, me acabo el desayuno y me voy. Así puedes volver a la cama, Bella durmiente.

— Ni que pudiera...—suspiró melodramática y mojó su magdalena en la leche, haciendo un puchero cuando se le partió por la mitad y se le cayó un cacho dentro.

Ugh, odiaba que me pasara eso.

— ¿Por qué no puedes? —le di una cuchara y me agradeció una vez tuvo la boca chorreosa.

Todos los seres humanos que la trataban como si fuera una diosa griega tenían que verla a esas horas.

Qué mala eres.

— Tengo a las diez las pruebas de animadora en el instituto. Y las dos sabemos que si me duermo, ya no me despierta ni un tractor pasándome por encima.

Totalmente cierto, Camille tenía el sueño muy pesado. Aunque ciertos sonidos como el del timbre del móvil o mi melodiosa voz chillándole, funcionaban mejor que un vaso de agua helada.

— Touché.

Enarqué una ceja estirándome. Me dolían los brazos una barbaridad de la cantidad de flexiones que me obligaron a hacer el viernes.

Le iba a meter una patada en la tráquea al entrenador como volviera a mencionar los pocos bíceps que tenía.

— ¿En el grupo de las latinas? —curioseé relamiéndome los labios.
— Pensaba que las de último año ya no podían entrar...por eso de estar a nada de irse a la uni y tal.

Las latinas eran nuestro equipo de animadoras y tenían ese nombre porque claro, todos los componentes eran de Latinoamérica. No había ni una sola gringa porque, Fernanda, que llevaba siendo la capitana desde que tenía memoria, decía que no sabían mover el culo con gracia. Y bueno, eso a nuestra directora le hacía gracia así que nunca se cambió el requisito.

De todos modos, Fernanda no cogía a cualquier chica, para entrar en el equipo tenías que tener un cierto tipo de cuerpo, saber dar piruetas, volteretas y tener buena presencia.

Flores en el cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora