2.12

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las faltas las iré corrigiendo a lo largo del finde<3

Vale, una reunión no podía ir nunca demasiado mal, ¿no? Por mucho que fuera una reunión con mi suegra, la cual me odiaba desde que mandé a su hijo al hospital y le recriminé varias cosas cuando Miller se fue a Alemania.

No, hombre, la gente se olvida de ese tipo de cosas.

¿Verdad?

Estaba jodida.

En nada nos íbamos de viaje a Disneyworld y a Ethan se le había ocurrido la maravillosa idea de quedar con su madre para comer. Ah, y con su tía. Dos personas de su familia en una.

No hace falta mencionar que mi falta de interacción social se estaba riendo en mi cara en estos momentos.

Me miré en el espejo, estaba vestida como si fuera a mi propio entierro y eso que no había sido intencionado, pero es que... bueno, la mente del artista habla por sí sola y se muestra en circunstancias adversas.

Madre mía, estaba igual de nerviosa que cuando fui con Corey a conocer contactos para que me aceptaran en Yale.

—No, no, por mí no pares, me gusta cómo se te mueve el culito respingón mientras bailas enfrente del espejo.

Ahí estaba Gabe, sonriendo angelicalmente mientras me miraba con ojitos de niño pequeño. Cogí el objeto más cercano —oh, vaya, un zapato—, y se lo tiré a la cara.

—¡AAAAH, SOLDADO CAÍDO!

Rodé los ojos y volví a girarme frente al espejo mientras el dramático se retorcía en el suelo, fingiendo una herida mortal. Me recogí el cabello en mi característica trenza y me dejé caer encima de él, aplastándolo.

—Me da miedo cagarla.

Respondió con un sonidito ahogado, por lo que riéndome me tiré hacia el lado, quitándome de encima. El pobre estaba con las mejillas ruborizadas del esfuerzo.

—Madre mía, ¿cómo pesas tanto? Si eres más larga que Camille.

Solté una carcajada y me señalé las piernas.

—Porque son el doble de largas y tengo el doble de músculo. Además, tú sí que pesas y no te lo echo en cara cuando me aplastas.

Sonrió e hizo un bailecito estúpido con sus cejas.

—Eso es porque te encanta que me ponga encima.

Le di un par de palmaditas en el hombro.

—En realidad, soy más de ponerme yo.

Si no fuera biológicamente imposible, se le habría desencajado la mandíbula de la sorpresa. Dio un bote, levantándose y aplaudió antes de gritar como un poseso:

—COLIN, HE GANADO LA APUESTA, ¡ES SKYLER LA TOP!

Bueno, tampoco diría yo eso...

Claro que Miller asomó la cabeza desde la puerta del baño y me miró indignado.

—¿Por qué le has mentido? Si te flipa que...

Oh, vaya, otro zapato convertido en proyectil.

Su risa reverberó por toda la habitación y cuando salió en toalla del baño enarqué una ceja, divertida. La sonrisa de tonta se me borró en cuanto me di cuenta de que seguía tirada en el suelo como un trapo, cosa que mi querido novio señaló antes de ayudarme a levantarme.

Sin pudor alguno empezó a vestirse mientras yo me ponía las botas negras. Ya hacía calor, pero me negaba a usar sandalias, odiaba andar por la calle y que me salpicaran sustancias desconocidas también denominadas agua de cloaca u orina de perro. Y claro, las zapatillas de deporte que solía usar estaban descartadas porque nos íbamos a un restaurante algo pijo del centro de Boston.

Flores en el cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora