Qué rápido y raro pasaron esos días. No estuvimos demasiado juntos, me replegaba en mi cuarto con excusas sobre mi familia y el único que sabía la verdad era Gabe, quien no abandonaba mi lado por muy atractivo que fuera el plan organizado.
En cierto aspecto me sabía fatal no haber pasado esos días con mis amigos, pero no quería estar con Miller tanto tiempo. No me sentía preparada y desde luego, no me era agradable ver cómo mis dos supuestos mejores amigos se reían con él como si nada.
Sentía que infravaloraban el hecho de que me había dejado de esa forma, pero claro, tampoco era quien para amargarles las quedadas y... mejor estarme en casa. Hacía mucho que no veía a mi familia.
Así que les mentí y les dije que tenía la varicela. Había sido bastante gracioso tener que maquillarme como si estuviera enferma para mandarles las fotos, pero lo importante es que se lo habían creído a la primera y no habían insistido. Gabe, al haber estado en contacto conmigo tampoco podía ir porque seguramente se hubiera contagiado.
En realidad, la única varicela que cogimos fue la de hacer cacahuetes de chocolate con leche junto a mi madre y los gemelos.
Habíamos pasado los días viendo documentales sobre animales peligrosos —de alguna forma tenía que compensarle por no dejarme sola— y cocinando con mi madre, quien desde luego no se había enterado de mi reencuentro con Miller. Ya solo me faltaba eso, vamos.
A todo eso añadirle el pequeño club de lectura que mi padre había creado una tarde en la que se fue la luz por culpa de las lluvias. Inmortalicé el momento en el que Gabe intentaba leerse un libro de poesía alemana sin siquiera saber cuándo era quien o cuyo.
Como fuese, la cuestión es que habíamos superado las vacaciones de primavera encerrados en mi habitación y con pintas de vagabundos.
Era el día que nos tocaba volvernos a casa y el señor Lucas no paraba de corretear de un lado a otro como un energúmeno, seguramente estaba pensando en las trágicas cuarenta y cinco horas que nos quedaban de trayecto de vuelta.
Pobre animal.
—¡SKYYYY! —Owen se estrelló contra mi cuerpo y tuve que agarrarme a la pared para no caer de culo. Tenía los ojos castaños enrojecidos y la nariz como si fuera Rudolf. Arrugué el semblante.
—¿Qué te pasa? —pero mi hermano preadolescente no levantó la cabeza de mi estómago. Pasé torpe los dedos por su ensortijado cabello y busqué con la mirada a Miles, quien simplemente se cruzaba de brazos y nos miraba con cara de fastidio.
Uuuh, futuro badboy detectado.
—Está así porque te llevas al gato—espetó chasqueando la lengua. De los dos él era el que tenía la voz más aguda por el momento.
Aparté indignada a Owen, quien ahora miraba mal al otro hijo de Satán.
—¿Perdona? ¡Pensaba que estabas llorando por mí!
—¡Pero si siempre te quejas de nosotros!
Bueno, ahí tenía razón, pero seguía indignándome.
Cruzada de brazos y con la boca entreabierta en una perfecta mueca de indignación, vi cómo Owen corría hacia el gato, que me había robado el corazón de uno de mis hermanos, y lo abrazaba con cariño.
El maldito señor Lucas ronroneó tan alto que lo escuché desde ahí.
Lo miré con los ojos entrecerrados.
Traidor.
Pues como su ex dueño.
—¿Cuándo vuelves? —Miles se había acercado un poco y ya no tenía la misma expresión precavida que al principio. Ladeé el rostro sonriendo un poco.
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Flores en el cielo
RomanceSkyler Johnson tenía dos cosas claras: la primera era que iba a entrar en Yale, costase lo que costase, y la segunda era que Corey Mines era el chico de sus sueños. ¿Qué pasaría si el mismo chico que le levantó la falda de niña discrepara sobre eso...