Estaba hecha mierda, ¿cómo podía doler tanto discutir con alguien? Llevaba dos días comiendo pizza, pagándole los extras de patatas a Tatum y deprimiéndome mientras veía películas malas de miedo. Echaba mucho de menos a Colin quejándose de que en casa solo había comida basura, a Gabe asustándose cada vez que le enseñábamos un canguro e incluso a la vecina de arriba que nos abría los grifos.
Sobre todo, echaba de menos a Ethan. Seguía enfadada, cada vez que me paraba a pensar maneras de solucionar las cosas, de perdonarlo por su desliz y hacer borrón y cuenta nueva, estallaba de rabia. Como si fuera una jodida olla a punto de estallar.
En esos momentos estaba sola en el apartamento, Tatum no vendría esa noche porque tenía cosas que arreglar, pero a la mañana siguiente me prometió contarme el tema de Ashes. Me aferré a que no era la única con pésima suerte en lo que concierne a temas románticos, pero tampoco me animó.
La desgracia ajena nunca me hacía efecto, no como a Camille. Ella, con ella estaba rabiosa a más no poder. Podía llegar a comprender a Gabe, el no querer meterse en una relación que no era la suya para no aprovecharse, pero ¿los otros dos? ¿Mis supuestos mejores amigos de toda la vida? No tenían excusa, sino cara. Una cara muy dura que pensaba romper en cuanto la viera.
Encendí el portátil y revisé antiguas fotos para ponerme un poco peor, no es como si alguno de ellos se hubiera muerto, pero sí que se había formado una grieta. Me tragué un sollozo cuando vi un montón de publicaciones de Gabe en Twitter hablándome.
'Sky, vuelve', 'Sky, responde a mis llamadas, por favor', '@williamshakespeare dile a Sky que me haga caso, porfa'. En esa última he de decir que solté una pequeña risa entrecortada a causa de mis lágrimas. Esperaba que fuera consciente de que William Shakespeare estaba muerto y que esa cuenta era falsa, aunque con Gabe nunca se sabía.
Cerré la tapa del portátil con más fuerza de la necesaria y miré por la ventana a la tarde neoyorquina. La gente paseaba por las calles como si nada, porque claro, en su mundo no había chicos que volvían después de tres años para reconquistarte y luego decirte: es que casi me muero, ¿sabes?
Miles era el único que había tenido la decencia de contarme la verdad, un niño de trece años era más sincero que la mitad de los adultos que estaban en mi vida. Algo debía de estar haciendo mal.
Abrí un nuevo bote de helado de chocolate y empecé a ver películas de superhéroes mientras me quejaba de que murieran todos mis favoritos. Entendía la probabilidad y que, estadísticamente, en una vida tan peligrosa como las suyas, lo normal y adecuado era que sobrevivieran más bien pocos, pero el raciocinio se dejaba a un lado cuando se atenían temas del corazón. Siendo lógica, habría perdonado a Ethan al momento, siendo testaruda y cegada por la frialdad de mis emociones, lo estaba castigando a pesar de que me infligía dolor a mí misma.
—Eres patética—, dije a la chica con rostro demacrado que estaba mirándome a través de la pantalla oscura de la televisión.
Y la verdad es que lo era, es decir, por mucho que tuviera veintiún años, seguía siendo la misma chica patética a la que su novio le había dejado sin dar explicaciones. En el fondo, nunca había cicatrizado esa herida porque adoraba revolverme en mi propio dolor. Era una forma de defensa, nos aferramos a aquello que nos hizo daño para evitar experiencias parejas y así, a la larga, tan solo tener una experiencia traumática.
El problema era que a la larga no funcionaba, simplemente nos hacía sentir peor.
Cuando llamaron al timbre, seguía en mi pijama sucio de Batman —nunca me había visto Batman, pero mi madre no distinguía DC de Marvel y yo no tenía las energías suficientes como para explicarle las diferencias de ambas franquicias con su respuesta estrella de: da igual, todos son raritos—, el pelo hecho un nido de ratas por la suciedad y el enredo de los rizos y manchas de chocolate en las comisuras. Tatum ya me había visto en esa estampa todo el día, por eso abrí tan confiada la puerta para encontrarme con Camille y Ambrose.
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Flores en el cielo
RomanceSkyler Johnson tenía dos cosas claras: la primera era que iba a entrar en Yale, costase lo que costase, y la segunda era que Corey Mines era el chico de sus sueños. ¿Qué pasaría si el mismo chico que le levantó la falda de niña discrepara sobre eso...