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ÚLTIMO CAPÍTULO.

En dos días comenzaban las clases de nuevo y la verdad es que no tenía ni un ápice de ganas de volver a la tortuosa rutina, había estado muy bien desconectar durante esa noche con mis amigos y mi novio, sin mayor preocupación que el que no se nos quemara la cena ni el hermano raro de Ambrose me tirara los tejos.

Pero, como todo lo bueno, tenía que acabar.

Qué irónico fue.

— Sky, ¿vas a acabarte los cereales? —negué ensimismada y Owen me robó el bol, comiéndose todo el contenido en menos de un minuto.

Tenía un presentimiento extraño en el pecho, una agonía que era incoherente y desconocida, pero inevitable de sentir. Opté por irme a correr un rato, ese día no hacía sol y el cielo encapuchado advertía que en nada se pondría a llover, pero no me importó.

A veces, una necesitaba ordenar sus ideas.

El señor Lucas se me quedó mirando desde mi silla mientras me vestía, dándole la espalda, estaba claro que los gatos no se enteraban de nada, pero aun así me incomodaba de sobremanera.

Una vez ya preparada para echar el pulmón, me puse mis auriculares y bajé trotando. Cuando corría me ponía las gafas pegadas con un poco de esparadrapo, pero esa tarde me las guardé en la mochilita que siempre llevaba. No me apetecía saludar a nadie y sin ellas puestas tenía la excusa.

Troté como siempre, casi se sintió como si llevara mucho tiempo sin recorrer las calles de mi barrio de esa forma. La música resonaba en mis tímpanos, nublándome los sentidos mientras mis piernas se esforzaban por llevarme a flote.

Me sentía extraña, como dentro de una nube.

Al pasar por la casa de Colin lo vi en el balcón, con Javier en su hombro, mirando la calle a través de los altos ventanales. Alcé la mano, sonriendo escuetamente y mi mejor amigo sacudió tanto la suya que el pobre periquito se asustó y voló directo a su jaula.

Supuse que iba a gritarme algo, pero seguí mi camino.

Dentro de unos meses acabaría mi último año de instituto y me enfrentaría a la vida universitaria, a un nuevo mundo de eruditos y repleto de gente de renombre que simplemente asistía a esas clases porque sus padres podían permitírselo. Me quemaba la decisión que tendría que tomar de ser aceptada en Yale, porque sabía que mi padre no me perdonaría aquello.

No después de todo lo que sufrió él por culpa de ellos.

Me detuve frente a la casa de Ethan, en la misma esquina de la calle y le llamé, con una leve sonrisa abriéndose paso por mis comisuras. Cuando me sentía un poco decaída, él sabía distraerme. No es que las personas pudieran curar la tristeza que uno sentía en su interior, pero si ellos te agarraban de la mano y te hacían sentir un poco menos sola, no era tan doloroso. O al menos así empecé a sentirlo yo cuando volvimos a conocernos.

Sonaron los tonos y su voz no resonó, bufé divertida, de seguro se había quedado dormido en el salón. Llamé al timbre y recé en mi interior porque no fuera su madre la que abriera la puerta.

Sentía que me odiaba, y no me extrañaba, después del espectáculo del hospital... madre mía, qué vergüenza.

Es que, ¿a quién se le ocurre? Así no vas a conseguir ganarte a tus suegros, mariflor.

Por suerte para mí, me abrió Ethan.

Llevaba un gorrito cubriendo su cabeza y los ojos perezosos, como si lo acabara de despertar. Sonreí de lado, sabía que estaba durmiendo.

Flores en el cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora