En serio, ¿en qué momento me había parecido buena idea esto?
El salón estaba hecho un caos, todos los sofás acomodados como si fueran una cama medianamente grande, la mesita pegada a la pared para ganar espacio, las cortinas atadas para que la luz de la calle se filtrara y ventilara un poco el olor a cuadra que desprendía todo el apartamento. Me apreté el puente de la nariz, clamando por paciencia cuando Lucas pasó como una bala por mi tobillo.
Tanta gente lo había puesto nervioso y ahora no paraba de impulsarse en nuestros cuerpos y muebles para dar brincos igual de altos que los de los malditos canguros que me hacía ver Gabe. Mucho miedo le daban, pero adoraba sus malditos documentales.
¿Quién lo entendía? Obviamente yo no, porque si ya me costaba entenderme a mí misma, como para hacerlo con el rubio.
—¡Ese es mi pijama! —gritó Camille, estirando por un lado de un jersey.
—¡Que es el mío! —le respondió Gabe, enfurruñado.
—¡Cómo va a ser tuyo si ni te cabe!
Docenas de tonalidades rojizas danzaron por el rostro del australiano antes de sonreír cruelmente.
—¡Lo dice la del culo fofo!
—¡VAS A MORIR, RUBIO DE MIERDA!
Adoraba la violencia, pero solo si estaba yo involucrada. Me metí en medio en el momento justo en el que Camille se lanzaba como una gata sobre Gabe, por lo que caí de culo con una venezolana enfadada encima gritando cosas en francés que no traduciré porque eran demasiado grotescas.
En serio, alguien le tenía que lavar la boca con jabón.
—¡CÁLMATE! —la cogí de los brazos, zarandeándola suavemente.
Camille me miró enloquecida, se había cortado el pelo por la mandíbula y un mechón rosa colgaba solitariamente por las hebras de su cabello. El nuevo estilo la hacía parecer una amazona rebelde.
—¡Me ha dicho que tengo el culo fofo!
Fruncí el ceño y volví a zarandearla, de reojo vi cómo Gabe le sacaba la lengua. Solté un suspiro.
—¡Ignórale, te lo ha dicho para picarte, tu culo sigue igual que siempre!
Camille abrió la boca, la volvió a cerrar y susurró por lo bajín:
—Es que eso es fofo...
No me pegué un tiro en esos momentos porque en Boston la ley contra las armas era mucho más rígida que en Texas, pero por una décima de segundos me habría gustado vivir en el sur del país para poder volarme los sesos.
—Pues haz sentadillas—, le di un empujón para que se me quitara de encima y me levanté. Gabe sonreía demasiado para mi gusto, así que fue el siguiente foco de mi regañina—, tú mucho reírte de la gente, pero ya ni subes las escaleras andando.
Se encogió de hombros.
—Sueño con el día en el que nos quedemos encerrados en el ascensor y tengamos sexo salvaje.
Por favor, ¿por qué me habían dejado con los dos más idiotas del grupo?
—Dúchate y termina tu maleta. Y tú, Camille, empaca los jodidos sándwiches si no quieres que te rape el pelo al cero.
Rodó los ojos, fastidiada.
—Sí, mamá.
Abrí la boca indignada al ver que se sonreía con Gabe y chocaban los cinco. Ceñuda, cogí dos cojines, calculé las distancias mientras esos dos se reían y se los lancé. La blandengue de mi amiga cayó contra el sofá, mirándome tan mal que por un momento me dio la sensación de que debía salir corriendo para permanecer con vida.
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Flores en el cielo
RomanceSkyler Johnson tenía dos cosas claras: la primera era que iba a entrar en Yale, costase lo que costase, y la segunda era que Corey Mines era el chico de sus sueños. ¿Qué pasaría si el mismo chico que le levantó la falda de niña discrepara sobre eso...