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— ¿Ethan Miller? ¿El de los Miller? ¿Los que viven en la esquina?

Ignoré la cara de sorprendida que puso y asentí secamente mientras terminaba de subrayar un párrafo.

— ¡Su padre dirige una compañía cinematográfica en Los Ángeles!

Me encogí de hombros.
Le acababa de explicar a Camille la encerrona que había tratado de hacerme mi madre la noche pasada sin, afortunadamente, mucho éxito. A mi mejor amiga le había parecido más interesante el hecho de que nuestro vecino fuera hijo de un cineasta que cualquier otra cosa que hubiera salido de mi boca.

Ni siquiera me hizo caso cuando empecé a quejarme de las cosas que tenía que hacer y eso que se suponía que es lo que hacen las amigas.

Aunque bueno, siempre estaba quejándome así que en parte podía llegar a entender que pasara de mí.

— Ya, ¿y?

Debía de haberme salido una segunda cabeza o quizá un tercer ojo porque Camile me miraba como si me hubiera vuelto loca. De hecho, últimamente bastante gente se me quedaba mirando como si necesitara una prenda más de ropa o algo.

Eran un poco imbéciles.

— ¿y? ¿Y? ¿¡Y!? —me cogió de los brazos, sacudiéndome para ponerle énfasis a sus palabras.

Bufé exasperada, su grito agudo se me caló hasta en el alma y me escurrí por debajo, pasando por sus brazos ahora inertes junto a su gruñido, tratando de no ser el muñeco con el que pagara su frustración.

Por su culpa acababa de hacer un manchurrón en mis apuntes. Si le afectó que la mirara de esa forma, no lo demostró.

Yo necesitaba una tila pero ella dos. O una buena hostia, aunque a esto último no me iba a unir, sino que querría ser yo quien se la diera.

— Ya sabía lo de su padre, ¿recuerdas? Nuestras madres eran amigas cuando éramos niños—dejé el fosforito, porque con la morena volviéndose loca era un peligro para mi trabajo—. Además, su padre no la dirige, es el dueño.

Me obvió masivamente.

— ¿Por qué no nos aprovechamos de eso, le tiramos un poco la caña alguna de las dos y así conseguimos una audición para un papel importante? —Alzó los brazos al techo, emocionada—. ¡Imagínanos dándonos el lote con Zac Efron...! ¡O mejor! ¡Con Emma Watson! Dios, lo que daría por un beso con esa mujer...

Ahora la que la miraba como si estuviera mal de la cabeza era yo. Se alejó enarcando una ceja, ya se había despertado de su ensueño en el que retozaba entre los brazos de alguno de los dos actores que acababa de mencionar.

A veces me sorprendía lo fácil que desconectaba, era peor que Owen cuando tenía que explicarle matemáticas. Él, al menos, me avisaba de que iba a pasar de mí.

— ¿Qué he dicho?

— ¡Camille! —me quejé—. No vamos hacer eso por dos razones, una —levanté un dedo— tenemos principios y aprovecharse de las personas es algo que está MUY feo y dos—elevé el otro hasta fusionarlos en un puño y hacerle un corte de manga—. Yo no tengo tiempo para tonterías y a ti te prohíbo hacer semejante burrada.

Es que, de verdad, a veces me sorprendía lo que decía. Porque sí, una cosa era llegar a pensar en aprovecharte de alguien y otra muy distinta decirla.

Entre esas dos, estaba la línea de la idea y de la realidad.

Y que yo supiera, sólo los filósofos racionalistas defendían que a través de la primera se llegaba a la segunda.

Flores en el cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora