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CAPÍTULO 1

Dos años y un par de meses más tarde de los eventos del primer libro.

—¿¡QUIÉN LE HA PUESTO AL SEÑOR LUCAS COMIDA DEL SUPERMERCADO!? ¡OS TENGO DICHO QUE SÓLO MARCA GOURMET, QUE LA OTRA ES MALA PARA ELLOS! —dejé la bolsa en la encimera, mirando con hastío a mi pobre gato, el cual se relamía las patas, ajeno al asesinato que iba a ser cometido en el apartamento.

No hubo respuesta.

Recorrí el pasillo con pasos pesados, para que cualquiera me escuchara ir hacia las habitaciones, no quería encontrarme con sorpresitas desagradables y desnudas de nuevo, la verdad. Era ya por la tarde, y teniendo en cuenta lo temprano que anochecía en este estado, apenas y entraba luz por los grandes ventanales.

—¿COLIN? —toqué a su puerta, nada. Fruncí el ceño y giré el pomo, para encontrarme con su portátil encendido en una foto con Ambrose vestida de reno. Arrugué la nariz, reprimiendo la arcada por lo empalagosos que eran.

Llevaban dos malditos años saliendo y seguían más salidos que el pico de una mesa.

Intenté escuchar a ver si había alguien en la ducha que explicara la ausencia de personal en un piso de estudiantes, pero nada. Lo único que oía era al gato comerse el pienso ese del demonio. Bufé corriendo de vuelta a la cocina y le quité el cuenco.

—¡Esto es malo para ti! —exclamé, señalando la bolsa de color bronce. Cogí el contenido y lo puse en alto, donde sabía perfectamente que la pancha gorda de Lucas no llegaría. Había ganado los míticos kilos de universitario sin siquiera ser humano, y el pobre ya no podía dar saltos demasiado grandes, esa era también uno de los motivos por los que lo había puesto a dieta—, anda, ven, ayúdame a ordenar los libros.

Mi fiel felino me acompañó hasta mi cuarto, ya le echaría la bronca a quien le hubiera comprado eso más tarde, porque por el momento parecía ser la única. No vivíamos en un apartamento especialmente grande o lujoso, pero era suficiente para lo que nuestros bolsillos se podían permitir, y encima estaba cerca de nuestras universidades, lo cual siempre era una inmensa ventaja.

Mi habitación era la más grande, ya que la había ganado en una batalla de quién comía más alitas picantes. No fue demasiado inteligente por mi parte, y el aseo fue testigo de ello, pero al menos mereció la pena. Las paredes eran lisas y de color verde pastel, no tenía más decoración que mi pizarra blanca y el corcho con mi horario de clases y alguna que otra foto pinchada. La cama era grande, y los gemelos la habían probado en una de sus tantas visitas, por lo que rechinaba cada vez que te movías demasiado.

Esos malditos niños me habían fastidiado el muelle.

Como fuera, la verdad es que estaba cómoda. El escritorio era amplio y tenía una estantería repleta de libros, los cuales me enviaba mi padre todos los meses. Pese a que no estaba de acuerdo con la universidad que había elegido, había agradecido el cómo decidí hacer las cosas, y yo también.

—Mhm... ¿sigues teniendo frío? —Lucas maulló en afirmativo y, como para darle peso a sus palabras, se hizo una bola en su cama, la cual estaba al lado de la mía, y cubrió sus patitas con la manta azulada—vale, no digas más.

Lo tapé mejor y me senté en el escritorio. Estábamos a una semana de las vacaciones de primavera, por lo que la cantidad de trabajos era equitativa a mis ganas de saltar por la ventana, aun así, tras tomarme el café caliente que me había comprado en el supermercado, me puse a la faena.

Los ojos me ardían de estar mirando a la pantalla durante tantas horas, pero tenía que terminar de escribir los ensayos si quería cenar a gusto. Había acabado ya con el comentario que iba para nota, por lo que estaba a dos páginas de terminar las tareas que me había impuesto para hoy. Escuché la puerta de casa abrirse y miré a través de mi silla felpada, expectante.

Flores en el cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora