EXTRA I.
Vale, ¿cómo explicaba yo esta historia? Es que... han pasado tantos años ya que no me acuerdo con claridad si iba antes mi sonrisa o la suya, porque desde que vivimos sin secretos las dos suelen ir a la par de un sartenazo en el trasero cuando se me queman las galletas. Juro que no se me suelen quemar, pero a veces... es inevitable teniendo a tremendo bombón a mi lado.
—¡Miller! Ni se te ocurra poner eso. Yo no soy ningún bombón, zopenco.
No, definitivamente no era un bombón porque para eso había que ser dulce y mi futura mujer era de todo, menos dulce.
¿Dónde vivíamos? En un apartamento en Nueva York, con un compañero de piso al que le habíamos visto las pelotas en tantas ocasiones que empezaba a saberme de memoria los lunares que tenía cerca del cojón izquierdo. Skype acababa de terminar el posgrado y ya había encontrado trabajo como becaria en una de las comisarías estatales, según ella seguía estando en contra del cuerpo policial, pero le gustaba la idea de analizar las conductas de los asesinos y esas cosas oscuras que un buen chico como yo no comprendía.
Mierda... Sky me ha dicho que añada que tengo antecedentes. Acaba de romperme toda mi fachada de niño bueno.
—Déjame a mí, la gente quiere que lo narre yo. Tú das pena.
Skyler Jonhson, veintisiete años e igual de encantadora que siempre.
—Dame un beso y me lo pienso.
La preciosa joven de cabello rizado cogió del mentón a su apuestísimo novio y le metió la lengua hasta la campanilla. Después, y solo después, le dio una nalgada, lo tiró de la cómoda silla y se sentó cara al ordenador porque según ella, que su futuro marido hubiese sido superventas solo era a causa de que ella había sido la voz narrativa.
En fin, lo que hay que aguantar para mojar el churro.
Señoras y señores, Skyler Johan...Johnson, próximamente Miller, al aparato.
Habían pasado seis años desde la graduación, seis años en los que la vida había cambiado un poco, pero no tanto como nos lo hacen ver en las revistas o películas. La vida es bastante similar a como es a los veintiuno. La única diferencia era que ya no vivíamos con Colin en Boston, si no con un Gabe recién salido de sus prácticas y listo para comerse el mundo como neurocirujano. El primero de su promoción.
¿Quién iba a decirnos que el australiano rubio con cerebro de mosquito resultaría ser el primero de la clase? Yo no lo sé. Pero estaba increíblemente orgullosa de él.
—¿Esta corbata o la roja? ¿Cuál me hace mejor culo?
Gabe se paseó por delante de nosotros, meneando el culo con exageración. Cabe mencionar que hoy era el día en el que iba por primera vez a un hospital a trabajar. La residencia la había hecho en el estatal de Nueva York y, conscientes de que no iban a encontrar uno igual a él, lo habían contratado al momento de acabar sus estudios. Chicos listos.
—Dudo mucho que te miren el culo.
Miller me frenó.
—Hay pacientes muuuy salidos, Skype.
Bufé apartándome un mechón de la cara. No tenía por qué decírmelo, aún me acordaba de la última revisión a la que habíamos ido y al pasar por oncología un maldito niñato de diez años se me había quedado mirando el pecho con la boca tan abierta que le había visto los tres empastes de las muelas inferiores. Estallé en cólera. Su madre me amenazó con darme con el bolso en la cara por insultar a su hijo y ella acabó con un vaso de café en la cabeza.
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Flores en el cielo
RomanceSkyler Johnson tenía dos cosas claras: la primera era que iba a entrar en Yale, costase lo que costase, y la segunda era que Corey Mines era el chico de sus sueños. ¿Qué pasaría si el mismo chico que le levantó la falda de niña discrepara sobre eso...