ÚLTIMO EXTRA.
Siete meses después.
Claro, vayamos a ver la bola de Nochevieja caer en Times Square como si no fuesen a haber miles de personas, ¿qué podría acabar mal? Absolutamente nada, por supuesto que no.
Idiotas, idiotas todos.
Le di un codazo al hombre con gafas de culo de botella que no me dejaba pasar y se quejó, indignado y mirándome como si estuviese a punto de pegarme un tiro, le señalé mi incipiente tripa que pesaba más de lo que debería, que me daba ganas de orinar cada cinco minutos y que me resultaba imposible de ignorar porque mi bebé había decidido salirme enérgico y no dejaba de reventarme los intestinos...
En conclusión, que al final iba a acabar en homicidios, pero no para investigarlos.
—¿Me dejas pasar o te tengo que pegar una pata en los coj...? —refunfuñé cuando Camille me tapó la boca y sonrió, tensa.
—No se lo tenga en cuenta, ya sabe...las hormonas... ¡AUCH, NO ME MUERDAS! ¡ETHAN, CONTROLA A TU MUJER!
—Ya voy, ya voy...—Ethan llevaba a Keith subido a los hombros, nuestro hijo iba con el gorrito de cuernos de reno que le había regalado Gabe para que fuera a la par de May y el abrigo amarillo chillón que le había tejido mi madre—, ¿se puede saber qué pasa aquí?
Señalé al hombre que me bloqueaba el paso a los aseos. Estábamos en medio de una horda de seres estúpidos que habían decidido reunirse aquí para molestarme...vale, no exactamente para incordiarme a mí, pero lo sentía como una ofensa personal y estaba a punto de liarme a puñetazos. El embarazo me volvía agresiva.
La pregunta es cuándo no lo eras.
—Este idiota no me deja ir al baño.
—¡Eh! Dígale a su mujer que me hable con respeto.
Sonreí, cínica.
—¿Y por qué no me lo dices tú, cap...?
—¡Capo de Papá Noel! ¿Oyes, Keith? ¡Mamá está hablando con un alto capo de Papá Noel!
Me ruboricé, tranquilizándome al instante. Keith se empezó a reír con timidez, como siempre hacía cuando había más gente que no fuera de la familia. Extendió sus manitas, intentando cogerme las mías y yo se las tendí, besándole los nudillos. De reojo le perdoné la vida con la mirada al señor que ahora se removía, presuntamente incómodo.
—¿Desde cuándo Papá Noel es de la mafia? —preguntó entre dientes Gabe.
Camille se encogió de hombros: —No lo sé, pero estaría bien encontrar a Colin.
Ethan consiguió que el hombre me dejase pasar y después de mirarlo mal durante unos minutos más, conseguí entrar en los cubículos portátiles. Hice una mueca de asco, eso olía fatal, peor que los baños de la comisaría en la que trabajaba. Veía por la rendija del suelo los pies de Keith encima de los de Gabe, de seguro bailando al son de una música que solo escuchaban ellos dos.
La cara que había puesto Miller cuando le dije que estaba embarazada había sido de consternación absoluta, para después girarse indignado a Gabe y recriminarle que ahora no podría firmar la autoría de la obra por culpa de él. El australiano, en cambio, en lugar de tomárselo a risa había desaparecido durante dos días para encontrárnoslo en su apartamento, escondido entre las cajas y paquetes de cosas para bebés que había comprado. Su casa se había convertido en un resort infantil, porque el muy cafre, a escondidas, había organizado dos habitaciones como si fuera un maldito parque de juegos para Keith y, al enterarse de bebé número dos, había decidido ampliar el aforo.
ESTÁS LEYENDO
Flores en el cielo
RomanceSkyler Johnson tenía dos cosas claras: la primera era que iba a entrar en Yale, costase lo que costase, y la segunda era que Corey Mines era el chico de sus sueños. ¿Qué pasaría si el mismo chico que le levantó la falda de niña discrepara sobre eso...