Capítulo 2: El vecino

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—¿Te ha llegado la citación judicial? —fue lo primero que dijo cuando abrí la puerta.

Le eché un vistazo de arriba abajo con el desprecio reflejado en mi rostro para que quedase claro que no me alegraba ni un poquito de verle. Parecía que venía de hacer deporte, tenía el cabello un poco sudado por los laterales, llevaba unas calzonas negras y una camiseta de tirantes azul marino. Por un momento me quedé anonadada cuando conectamos miradas, el azul de sus ojos hacía juego con la camiseta y le brillaban de una forma que era imposible apartar la mirada. Cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo sacudí la cabeza suavemente. ¡Es tu enemigo Meadow! ¡Recuérdalo, que un par de ojos bonitos no te hagan caer en su red!

—No, seguro que a mí no me la envían porque han visto claramente que no hice nada —contesté con una sonrisita, pero se borró en cuanto vi llegar al cartero.

—Citación judicial para Meadow Huffman.

¡Oh, en serio! ¡Venga ya!

Fue el turno de Daylen para esbozar una sonrisita satisfecha.

—Borra esa sonrisa inmediatamente —le advertí con mi dedo en alto intentando verme amenazante, lo cual era un poco difícil teniendo en cuenta que llevaba una sudadera tres tallas más grande que me llegaba hasta la mitad de los muslos, un rodete en lo alto de mi cabeza intentando que mi pelo no se viera tan feo y unas pantuflas de unicornio. Ah, y le llegaba a la altura del pecho, por lo que tenía que alzar el rostro para poder mirarlo a los ojos.

—¿Y si no qué? —se cruzó de brazos derrochando arrogancia y fanfarronería.

¿¡Cómo se atrevía!? ¡Y en mi propia casa Pablo Lorenzo!

Le fulminé con la mirada e hice ademán de cerrar la puerta, pero interpuso su pie y entró a mi apartamento.

Sí, tú no te cortes.

—¿Acaso te he invitado?

—No, me he invitado yo solito.

—Pues ya puedes desinvitarte.

¿¡Quién se creía que era para entrar en mi casa como si fuésemos amigos!? Era muy vanidoso y engreído, seguro que estaba acostumbrado a que todos hiciesen lo que él quería.

—No. ¡Ah! —exclamó como si acabara de recordar algo—. Muchas gracias por el café.

—¿Qué café? —pregunté confundida.

—El que vas a ofrecerme—se sentó en el sofá.

—No te voy a ofrecer ningún—y como si lo hubiera programado llamaron al timbre.

Le dediqué una mirada de advertencia y abrí la puerta. Al otro lado se encontraba una chica con una bolsa de la cafetería de al lado.

—¿Meadow Huffman?

—Sí, soy yo —contesté con la confusión enmarcada en mi rostro.

—Un mocca helado con un shot de sirope de chocolate blanco y crema dulce de vainilla, un café solo y otro con leche y caramelo—me entregó la bolsa y se marchó.

Me quedé pasmada en el marco de la entrada de mi casa hasta que escuché la voz de mi vecino.

—¿Vas a quedarte ahí todo el día?

¿¡Pero quién era este tipo!?

Me giré y a pasos apresurados llegué a su lado—¿¡Cómo sabes el café que tomo!? —estaba flipando, ¿acaso era un acosador también?

Él por su parte solo me guiñó el ojo.

—¿¡Y para quién es el otro café!?

Volvieron a llamar a la puerta, un poco harta solté un gruñido bajo y visualicé al amigo de Daylen sonriendo como un niño bueno.

El Chico del Piso de ArribaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora