Capítulo 34: La familia

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Toqué el timbre de nuevo.

Ya iban cinco veces.

Vete Meadow, no te quieren aquí.

Giré sobre mis talones dispuesta a marcharme, pero entonces escuché como se abría la puerta.

—¿Meadow?

—Hola, papá.

Hacía un año que no lo veía y estaba algo envejecido. Tenía más canas en el pelo y un poco más de barriga, pero seguía teniendo la misma mirada café y la postura desgarbada que siempre le había caracterizado. 

—¿Puedo pasar?

Despertó de su letargo y asintió lentamente.

—Gracias —musité cohibida.

—Quieres —carraspeó—, quieres algo de beber?

—No, no me apetece.

—Hay —suspiró—, hay té.

—No me gusta el té papá.

Asintió con algo de vergüenza.

—Siéntate —retiró carpetas y algunas hojas—. Perdona, he estado corrigiendo exámenes y trabajos de la universidad.

—No pasa nada —tomé asiento y miré a mi alrededor. 

Nuestro hogar no era muy grande, pero tenía lo suficiente. La primera estancia que se veía al entrar era el salón, la habitación más grande de todas, a su izquierda se encontraba la cocina que tenía vistas a la casa de enfrente, el único pasillo que había en toda la vivienda tenía tres habitaciones, el baño que era algo pequeño y por último los dos dormitorios. La casa tenía muy poca decoración, las paredes eran color crema y los muebles neutros y funcionales, no habían cambiado nada desde que me fui. 

—¿Cómo te va en el trabajo?

—Bien, como siempre. ¿Y a ti con los estudios?

¿Acaso no sabía que había dejado de estudiar?

—¿Mamá no te ha dicho nada?

—La comunicación no es su fuerte, ya deberías saberlo.

Y tanto que lo hacía.

—Dejé la carrera hace un año.

Esa información pareció sorprenderle.

—¿Cómo? ¿Por qué?

—Tuve problemas —decidí mentirle. Si él no sabía que la razón era porque habían dejado de pagarme la matrícula no sería yo quien se lo dijera.

—Oh, bueno —nos miramos en silencio sin saber que decir—. Entonces... ¿cómo estás?

Ni siquiera podíamos mantener una conversación entre padre e hija.

—Feliz —esbocé una pequeña sonrisa al acordarme de Daylen—. Bastante de hecho.

—¿Y Giovanni? ¿Sigue en Italia?

¿Tampoco sabía nada de él?

¿De cuántas cosas no estaba enterado?

—He roto con él, hace tres meses en concreto.

—Que pena, era el chico perfecto.

—¿El chico perfecto?

—Sí. Millonario —explicó—. Con él tenías la vida resuelta, podrías haber vivido sin preocupaciones.

Y vuelta a lo mismo de siempre. Yo quería algo más que vivir bien. Quería amor, alguien que me quisiera y me tratara bien, pero al parecer aquello era una utopía, puesto que mis padres valoraban el dinero más que nada.

El Chico del Piso de ArribaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora