Epílogo

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Esbocé una sonrisa de oreja a oreja cuando salí de la consulta.

Hoy acababa la terapia. 

Yarely y yo habíamos decidido dejar de vernos tan frecuentemente y reducir las sesiones para ver cómo me las arreglaba sola.

Y yo no podía estar más orgullosa de mí misma.

En estos cuatro meses que había durado la terapia me había dado cuenta de muchas cosas.

Gio me hacía sentir mal por cosas que me gustaban hacer, me exigía que lo quisiera más de lo que me quería a mí misma y había conseguido que fuera dependiente de él. Y en ese afán por complacerle a él y a mis padres me había perdido a mí misma.

Para conseguir algo a veces no se necesitaba simplemente fuerza de voluntad, a veces se necesitaba un empujoncito y yo lo había tenido. 

Lo había tenido por parte de mi terapeuta y por parte de Daylen, pero sobre todo por parte de Alizee. Ella había sido esa mano que todos tenemos o que al menos todos deberíamos tener, me extendió su mano y agarró la mía con fuerza y jamás la soltó, daba igual las veces que yo me tropezara con la misma piedra, porque nunca me dejaba caer, me sostenía y me enderazaba para que siguiera caminando y nunca me rindiera. Y gracias a ello ahora tenía una perspectiva distinta, podía mirar el mundo de una forma nueva y no iba a permitir que me redujeran a nada.

No iba a decir que era gracias a Giovanni, porque de ninguna manera hubiera necesitado la manera en la que me trató, o me maltrató durante un año. Mi fuerza resurgida, fuerte y resistente era gracias a mí y solamente a mí.

Había estado ciega por un año, pero desde un tiempo para acá me había dado cuenta de algo.

El amor no debe doler, no debe poseer. El amor que exige y asfixia no es amor.

Sabía que no estaba del todo superado, que habría días en los que me sentiría como si no valiese la pena, pero yo era más fuerte que eso. Y tal vez volvería a caer, pero estaba segura de que me levantaría de nuevo sin importar qué.

Resoplé por quinta vez en quince minutos.

¿Dónde estaba Daylen?

¿Acaso lo habían secuestrado?

Íbamos a ir al cine y la película empezaba en diez minutos.

Habíamos quedado en que me recogería justo aquí, pero no aparecía por ningún lado.

Llevaba sin verlo tres días y eso que vivíamos uno debajo del otro. Siempre encontraba la forma de no poder pasar tiempo conmigo, era como si huyera de mí y por más veces que le preguntaba lo único que conseguía era un "no me pasa nada es que estoy algo agobiado".

Lo llamé y me saltó el buzón de voz.

Iba a marcar su número de nuevo cuando vi el Mercedes aparecer por la calle.

—Menos mal —le dejé un beso en la mejilla—. ¿Dónde estabas? La película va a empezar y me encanta ver los trailers del principio.

—Sí, lo siento. Se me ha hecho algo tarde —musitó apoyando la mano en mi rodilla y comenzando a acariciarla.

—Sala diez, sala diez —recorrimos el pasillo buscando la sala—. ¡Sala diez! —exclamé tirando de mi novio y abrí la puerta con un gran estruendo, causando que algunas personas se girasen hacia mí con mala cara, esbocé una sonrisa de disculpa y subí las escaleritas, llegando hasta nuestra fila.

—Perdón, ¿me dejas pasar? —le pregunté a un chico que bloqueaba el paso, provocando que no pudiéramos sentarnos. Ya me había ganado algunos insultos por molestar al resto de la fila.

El Chico del Piso de ArribaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora