Capítulo 22: La madre

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—¿Me das otro?

—¿Otro?

—Sí, por favor —puse ojos de cachorrito—. Venga, no seas mala conmigo.

—Meadow, no es por prepararlo, pero te va a sentar mal tanto café.

—Vamos, que te vas a cagar patas abajo —resumió Shaq mientras jugaba con el mechero.

—Y tú también —Shaq frunció el ceño sin entender a que me refería—. La mezcla de cigarrillo y café —aclaré señalando su cigarro.

—Ay, pequeña e inocente cuñi, esto no es un cigarro —se acercó a mí como si fuera a contarme un secreto—. Es un porro.

Alcé las cejas sorprendida.

—¿Un porro? —repetí asombrada.

Shaq hizo un ruidito de afirmación.

—Pues te va a sentar aún peor —se lo arrebaté de la mano y lo tiré al cenicero.

—Como dijo un filósofo —dejó la frase en el aire unos segundos para darle más emoción—. Porro mañanero perdio' el día entero.

Miré a Nov.

—¿Qué filósofo dijo eso? 

Se miraron entre ellos y comenzaron a reírse de mí.

—¡Eh! No os burléis —me crucé de brazos enfurruñada—. Además, aquí no se puede fumar, cuando abras va a oler todo a tabaco.

—Falta media hora, abriré la puerta y las ventanas un poco, relájate.

—Como sea. Me voy, tengo que limpiar el apartamento —me bajé del mostrador en un salto y me fui.

Esta mañana había podido volver a mi apartamento después de una semana bastante intensa y Daylen había hecho todo un drama, decía que iba a extrañar tenerme dando vueltas por su piso y yo le había dicho que era un exagerado, ¡si vivía justo debajo suya!.

—¡Copito! —chillé en cuanto puse un pie dentro—. Mala chinchilla, muy mala —lo saqué del sofá—. ¿Vas a ayudarme a limpiar? No, por supuesto que no, ¿por qué haces un desastre con los cojines? ¿Es que acaso no te he enseñado modales? —comencé a echarle una pequeña bronca como si me fuera a entender—. Quédate aquí y no te muevas —lo deposité en el suelo de la cocina y le di unas galletitas para que se entretuviera.

Comencé a cantar las canciones que sonaban por la radio mientras pasaba un trapo por la salita.

—¿Te están acuchillando? 

Pegué un grito y me lancé contra el cuerpo, rociándolo con el spray limpiacristales.

—¡Meadow soy yo! ¡Para de pulsar el dosificador! 

—¡Daylen! —exclamé reconociendo su rostro—. Oh, lo siento muchísimo —rodeé su muñeca y lo llevé al baño—. Déjame ver —entreabrió los ojos, pero los tuvo que volver a cerrar de inmediato—. ¿Te duele mucho?

—Sí, joder Meadow —se frotó los ojos como un niño pequeño.

—¡No me hubieras asustado así ¿Cómo se te ocurre colarte por la terraza? ¿Es que no sabes lo asustadiza que soy? 

—¡Tampoco me esperaba que me atacases con un spray!

—Inténtalo otra vez —abrió el ojo izquierdo primero y luego el derecho, pestañeó un par de vez y me miró.

—¿Cómo están?

—No seas exagerado, están un poco enrojecidos, pero ya está. Échate un poco de agua y se te pasará.

El Chico del Piso de ArribaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora