Capítulo 18: El problema

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—¿Sigues viva?

—¡Sí! Es que tengo un nudo en el pelo —contesté mientras cepillaba bruscamente mi cabello.

—¿Y no puedes deshacerlo en otro lugar? Yo también tengo que entrar ¿sabes?

Abrí la puerta cabreada con el cepillo en la mano.

—No me mates —alzó las manos.

—Con un cepillo no podría hacerlo —murmuré pasando por su lado.

—Cualquier objeto se convierte en un arma peligrosa en tus manos.

Ignoré su comentario y me metí en la habitación, intentando separar los mechones de cabello enredados sin arrancarme pelo en el proceso.

—Ya está, decidido —hablé en voz alta—, Voy a cortarme el pelo de una vez, esto no es normal.

Meadow, siempre dices eso.

Pues también es verdad.

—¡Por fin! —solté un gritito de victoria cuando conseguí desenredarme el pelo.

—Madre mía —dijo Daylen entrando en la habitación—. ¿Qué es eso?

—El nudo —levanté los pelos que se me habían caído.

—Si tiene el mismo tamaño que Copito —abrió los ojos asustado.

—Muy gracioso Daylen —enarqué una ceja—. ¿Es que no conoces el sentido de la palabra privacidad?

—Sí, pero también es mi habitación, por si se te había olvidado.

Rodé los ojos.

—¿No ibas a ducharte?

—Se me ha olvidado coger la ropa—contestó pasando por mi lado—. ¿Tú te has duchado ya?

—No, no me has dejado —me crucé de brazos.

—Has estado metida ahí dentro por veinte minutos, nuestro límite —replicó.

—Se me ha pasado el tiempo por culpa del pelo —señalé mi pelo.

—Bueno —me dedicó una mirada sugerente—. Podemos ahorrar agua.

—No digas tonterías —le pegué en el brazo y me fui de allí en dirección a la cocina.

—¡No son tonterías, yo hablo muy en serio! —gritó desde la habitación.

Odiaba que hablara de esas cosas, me ponía muy nerviosa y no sabía como actuar.

Ni que tuvieras catorce años Meadow.

Después de quince minutos en los que me dediqué a hacernos el desayuno y a darle de comer a Copito Daylen salió del baño totalmente vestido.

—Has tardado mucho, el desayuno se va a enfriar.

—¿Has hecho el desayuno? —preguntó sorprendido mientras se acercaba a mí.

—Sí, tampoco se me da muy mal la cocina.

—No sé si esperarme que mis tostadas estén envenenadas —entrecerró los ojos y me dio un empujoncito juguetón.

—No te las comas entonces.

—Jamás se dice que no a la comida Meadow.

Me senté en la barra americana bajo su atenta mirada.

—¿Por qué estás siempre de buen humor? —pregunté curiosa a la vez que picoteaba mis huevos revueltos.

—Cierta personita me hace sentir así.

El Chico del Piso de ArribaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora