Capítulo 15: La ayuda

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—¿Cómo te sientes?

—¿Bien? —me retracté inmediatamente—, Quiero decir, bien.

—¿Estás totalmente segura de ello?

—Sí, por supuesto —aseguré asintiendo con la cabeza.

—No pasa nada si no lo estás Meadow, para eso estamos aquí ¿recuerdas?

—Cierto —esbocé una pequeña sonrisa.

—¿Estás algo nerviosa verdad?

—¿Lo sabe por mi postura corporal? —cuestioné interesada.

—Lo sé porque no paras de mover frenéticamente la pierna izquierda —la señora Yarely señaló con gracia mi extremidad.

—¡Oh, disculpa! —detuve el movimiento al instante.

—Vamos a repasar de nuevo las razones por las que has venido a la consulta ¿de acuerdo?

—Vale —musité mientras esperaba a que abriese la carpeta con mi nombre—, ¿No va a abrirla? Recoge toda mi información.

—Mejor dímelas tú.

—Pues... me resulta bastante complicado hablar sobre mis sentimientos y además soy bastante orgullosa, también estuve —suspiré entrecortadamente—, También estuve en una relación de un año con una persona que... no me trató bien.

—Perfecto Meadow, ¿sabes lo que acabas de hacer?

—¿Reconocer mis problemas? —pregunté indecisa.

—No son problemas.

—¿Ah no? —inquirí confundida.

—Mira —se acomodó en la silla—, Imagínate que estás conduciendo un coche y que la carretera está llena de baches, ¿qué es lo que hace el vehículo?

—Sacudirse por el mal estado de la carretera.

—Exacto, sacudirse, pues esos baches son tu relación fallida y la dificultad que tienes al verbalizar tus emociones, ¿y sabes qué? Qué llegará un momento en el que pases esa carretera y comiences otra pavimentada y asfaltada.

—¿Y entonces será perfecta? ¿Ya habré dejado atrás los baches?

—No, no será así siempre, tendrá pequeños hoyos pero los superarás igual que los demás.

—¿Y si no puedo hacerlo? ¿Y si no lo consigo? —cuestioné con miedo a su respuesta.

—A veces no se puede con todo y no pasa nada —se acercó a mí y sostuvo mi mano entre las suyas—, Pero te prometo que lo intentaremos hasta agotar todas las opciones viables.

—Muchas gracias, señora Straw —esbocé una sonrisa sincera, ella apretó mi mano con cariño y me pidió que la llamara por su nombre.

—¿Dónde estáis? —mascullé buscando las llaves del apartamento en mi bolso—, Vamos, sé que estáis ahí pequeñas escurridizas —sacudí el bolso con fuerza intentando que sonasen—, ¡Ja! —exclamé cuando las encontré—, Os queríais escapar, pero no podéis conmigo.

Abrí la puerta y miré hacia el suelo extrañada por el ruido en cuanto puse un pie dentro.

¿Qué hacían aquellos papeles en mi piso?

Cerré la puerta empujándola con mi trasero y me agaché para recogerlos.

Era el correo.

Seguro que el cartero había estado en el bloque y los había metido por debajo de la puerta.

El Chico del Piso de ArribaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora