Capítulo 6: La playa

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—Vamos, Alizee, este te queda genial.

—No, no sé, mejor no me quito el vestido y ya.

—Al, tienes un cuerpo precioso.

—No, no es verdad. Odio sentir las miradas de todos sobre mi cuerpo, me hace sentir muy incómoda.

—Pues que miren, seguro que estarán pensando en las curvas y en el culo que tienes, estás buenísima. Además, tú eres la que siempre está diciendo que no debe importarme la opinión del resto. Tú no necesitas la aprobación de los demás.

Hizo una mueca disconforme—Pero, es que—La propia-estima no puede ser verificada por los demás. Tú vales porque tú dices que es así. Si dependes de los demás para valorarte, esta valorización estará hecha por los demás —la interrumpí citando una de las frases del libro de autoayuda que leo por las noches.

Suspiró y volvió a mirarse al espejo, esta vez más segura de sí misma—Está bien, me pondré este. No voy a dejar que nadie me infravalore —esbozó una pequeña sonrisa.

—Eso es, y si no patearé sus traseros —agarré el bolso y nos dirigimos a su coche. Cuatro canciones de Dua Lipa más tarde, llegamos a la playa.

En cuanto bajamos del coche corrí hasta la orilla, metí los pies en el agua y toqué la arena con la planta de los pies. Inspiré hondo, me encantaba el olor del mar, la sal y las algas. De lejos podía oír las gaviotas sobrevolar nuestras cabezas y las risas y los pasos de los niños correteando en la arena.

—¡Meadow! ¡Te vas a mojar!

—No pasa nada, relájate Al.

—No puedes entrar mojada al restaurante.

—Si solo me he mojado un poco las piernas —rebatí como una niña pequeña y seguí sus pasos.

Eran las dos de la tarde y la familia de Gio había organizado una comida, me había avisado anoche y decidí que Alizee nos acompañaría. Después de una acalorada discusión conseguí que cediera a reservar un sitio de más, no soportaba mucho a sus padres y cuando los tres se juntaban se convertían en una bomba atómica. Ni loca me metía en la boca del lobo yo sola, por eso había arrastrado a Al conmigo y ella como la buena amiga que era accedió sin rechistar.

—Buenas tardes, tenemos una reserva a nombre de Pietro De Santis —el señor de la puerta nos dejó pasar, no sin antes echarnos una miradita despectiva, todos los que tenían la oportunidad de reservar en este lujoso restaurante derrochaban dinero y suntuosidad por los poros.

—Hola, Gio —saludé picoteando sus labios.

—Meadow, Alizee —sí, Gio era la ternura personificada—. Llegáis tarde.

—Solo nos hemos retrasado 10 minutos.

—Como sea, mis padres están esperando —apoyó una mano en mi espalda baja y me instó a encaminarme hacia las escaleras, una mirada desdeñosa y altiva nos dio la bienvenida. La mirada de Pietro De Santis.

—Buenas tardes, señores De Santis —esbocé una sonrisa incómoda. La presencia del padre de Gio intimidaba por si sola y es que esos ojos igualitos a los de su hijo, pero incluso más fríos, podían poner los pelos de punta a cualquiera y si le sumábamos su mujer, era una granada que explotaba cuando menos te lo esperabas.

—Meadow —me repasó de arriba abajo y puso una mueca de disgusto. Cambié mi peso de una pierna a otra, pensé que venía correctamente vestida.

Después de aquella evaluación en la que decidió que todavía era digna de su compañía, Alizee, Gio y yo procedimos a sentarnos en la mesa, al menos las vistas eran bonitas. La cristalera proporcionaba una imagen panorámica de todo el paseo marítimo, estaban colocando los puestecitos en la acera y a lo lejos se podía apreciar la silueta del faro que ayudaba a los marineros a llegar a puerto.

El Chico del Piso de ArribaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora