Capítulo 8: La cita

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—¿Preparada para nuestra cita? —preguntó Daylen con una sonrisa de oreja a oreja.

¿Qué?

—¿Qué cita?

—Nuestra cita —respondió Daylen sin borrar la sonrisa de su rostro.

Yo por mi parte seguía igual de confundida.

—Kákapu —dijo con pesadez—. No me puedo creer que te hayas olvidado, ¡si hasta te has arreglado!

—En realidad, yo me había arre—Daylen me interrumpió agarrándome del brazo gentilmente y arrastrándome fuera del apartamento.

—¿¡Pero qué!? ¡Ni me has dejado cerrar con llave!

—Belmont se encarga de todo, tranquila —me guiñó un ojo.

—No quiero ir a ningún lado contigo Daylen —musité apoyándome en la puerta.

Daylen hizo una mueca algo desanimado.

—Venga —me pinchó el brazo—. Ya estás vestida, y yo también ¿por qué no ir a cenar juntos en vez de quedarte sola y aburrida en el apartamento?

—No me quedaría sola y aburrida —murmuré.

—¿Ah no?

—No —me crucé de brazos—. Tendría una estupenda e increíble cita con Copito, y después vería una película mientras me atiborraba a palomitas.

—¡Oh, venga vamos! Te prometo que disfrutarás, tendrás una estupenda e increíble cita conmigo y si quieres después vemos una película mientras nos atiborramos a palomitas —ofreció con una sonrisa encantadora.

—Mmm... no.

Rodó los ojos.

—Lo pasaremos bien —dijo con voz cantarina.

Suspiré sonoramente.

—¿A dónde vamos? —pregunté abrochándome el cinturón del coche.

—Si te dijera que a Taco Bell, ¿qué me dirías?

—Que espero que me invites al menú grande —contesté con una sonrisa.

—Me parece bien —dijo arrancando el motor—. Por cierto, estás muy guapa, aunque eso ya lo sabes.

Vaya, para Gio nunca era suficiente.

—Gracias, tú también —y no lo decía por devolverle el cumplido, sino porque era verdad. Llevaba una camisa blanca con las mangas dobladas por los codos y un pantalón de vestir azul marino que hacía juego con sus ojos—. Por como vas vestido supongo que no vamos a Taco Bell.

—Estás en lo correcto, pero no te diré dónde, es una sorpresa —me echó una mirada rápida.

10 minutos después Daylen detuvo el coche a las puertas de Amuse, uno de los restaurantes más lujosos del estado. Se bajó y le entregó las llaves del coche a un hombre para que lo estacionase.

—¿Vamos? —cuestionó cuando llegó a mi lado y abrió la puerta.

Yo, como seguía flipando, me limité a asentir con la cabeza.

Cuando entramos una señora nos llevó a una mesa un poco apartada de la vista de los demás.

Madre mía, el restaurante era incluso más ostentoso por dentro. El color crema reinaba en el lugar, había varias lámparas de araña colgando del techo, plantas artificiales y el olor a comida inundaba mis fosas nasales. Todo gritaba "dinero" y toda yo gritaba "pobreza".

Intenté borrar ese pensamiento de mi cabeza y disfrutar del sitio. A saber cuando iba a volver a estar en un lugar así.

—¿Carne, eh? —inquirí cuando comencé a leer la carta del restaurante.

El Chico del Piso de ArribaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora