Capítulo 30: La pelea

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—Menos mal que te tengo a ti Copito —dije abrazando a mi chinchilla, ella se revolvió hasta que consiguió soltarse y ya en el suelo me miró despectivamente.

Al parecer tampoco la tenía a ella, puede que solo me quisiera para alimentarle.

No había dormido en toda la noche, no podía parar de darle vueltas a la discusión con Daylen. Me había pasado, no podía actuar así por cuatro comentarios que soltara Dahlia. Al fin y al cabo ella era su amiga, su mejor amiga y la conocía desde hace mucho más que a mí. Tal vez yo lo había malinterpretado todo, exagerado como siempre.

"Que dramática eres Meadow" Me reproché a mí misma.

Mientras divagaba entre mis pensamientos de complejo de diva sonó el timbre.

No me esperaba que fuera a venir.

—El timbre —dije sin aliento a nadie en concreto—. ¿Será él? Porque si es él no puedo dejar que me vea con estas pintas —mi cabello estaba enmarañado y recogido hacia arriba en un rodete que tenía más pinta de nudo gigante, llevaba una camiseta extra grande que me ponía para ir al super de abajo y unos leggins que tenían un agujero a la altura del muslo, mis gafas y además estaba descalzada.

No era la forma más adecuada para recibir a tu novio después de una pelea.

Por primera vez en mi vida usé la mirilla de la puerta y menos mal que lo hice porque quien estaba detrás no era Daylen, era Gio.

—Oh, mierda —susurré entrando en pánico.

¿Cómo se le había ocurrido venir después de lo que pasó? ¿Es que no había tenido suficiente?

"No abras Meadow"

Pero tenía que hacerlo. Tenía que resolver esto cuanto antes y ponerle punto y final. Cerrar ese capítulo de mi vida cuanto antes.

Fruncí el ceño.

—¿Qué haces aquí? —abrí la puerta lo suficiente como para poder verle medio cuerpo.

—Quiero hablar contigo.

—Pues yo no, creí que había quedado bastante claro al no descolgarte el teléfono ni una de las cuarenta veces que me has llamado —me entró miedo y moví la puerta para cerrarla, pero él hizo fuerza deteniendo el movimiento.

—Tenemos que hablar Meadow, por favor.

Se me cortó la respiración.

Jamás me había suplicado.

Fue por eso que lo dejé pasar.

—No te quiero cerca Gio —todavía sentía algo de temor después de lo del hotel.

—Está bien —se alejó unos pasos y se apoyó en sofá—. He estado pensando en todo lo que te he hecho desde que te conozco, en como te he tratado —suspiró—. Lo siento, lo siento de verdad, quiero que me perdones —se acercó a mí.

—Me has hecho mucho daño Gio —me crucé de brazos y di unos pasos hacia atrás.

—Lo sé, y por eso te he llamado tantas veces. He venido hasta aquí para pedirte perdón.

Pedirme perdón.

Eso era algo nuevo.

Podía guardarle rencor toda mi vida o perdonarle y seguir adelante.

—Gio, puedo perdonarte si es lo que quieres, tener una relación... —busqué la palabra adecuada—, cordial, pero ya está.

—Tú y yo sabemos que eso no es posible, somos más que eso —susurró.

El Chico del Piso de ArribaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora