RECIBIMIENTO

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Andrew se miraba imponente de pie en aquel recinto, sus ojos fríos, la línea recta que forman sus labios finos, su gesto despectivo, su gran altura enfundada en un elegantísimo traje.

Mauricio tragó en seco, Andrew así infundía mucho más miedo que respeto, era muy poco grato verlo comportarse así, pero por desgracia así lucía la mayoría de las veces cuando estaban en público.

El nuevo equipo de trabajo estaba frente a él, sonriéndole y tratando de que el espíritu nacional mostrara agrado o una sonrisa, pero Andrew se mantenía estoico y con expresión de asco.

—Bien, este será su nuevo sitio de trabajo, recuerden que están para servir a la nación, al Estado y a sus intereses. — pronunció con voz fría y distante, como hacía con todos sus mandatarios.

—Es un gusto poder... — empezaba a decir el nuevo mandatario electo.

—Ahórrese las palabras amables, no las necesitará; nos veremos dos veces por semana los primeros seis meses para ayudarlos a adaptarse y de ahí en más se las arreglan solos hasta las juntas bimestrales, ¿quedó claro?

Todos los presentes asintieron atónitos, nunca se habían imaginado que su nación pudiese ser tan... fría.

—Joseph, puedes esperarme con Caden y Pierre afuera, no tardaré más de una hora y ustedes deben tener hambre, nos veremos donde siempre. — ordenó Andrew con tono tajante y prepotente.

Mauricio solo se limitó a asentir, hacer una leve seña de saludo al nuevo equipo y salió casi corriendo del lugar.

—¿Quién era ese? — preguntó la vicepresidenta con genuino interés.

—Mi posesión del sur. Se los dejo claro de una vez, ellos vienen muy seguido por aquí, sino es por trabajo es por visitarme y si no es por ninguna de las anteriores vienen a cuidarme cuando me estreso de más, no tienen permitido verlos más de lo necesario, no pueden entablar conversación con ellos, su contacto con esos cuatro se limitan a instrucciones que les haya dejado o a dar direcciones que ellos les pidan, no tolero ni un mal trato y si me llego a enterar, porque lo voy a hacer... vayan acostumbrándose a que haré de su vida un infierno, ¿oyeron?

Los nuevos encargados asintieron y continuaron con el recorrido que les diera la nación por las instalaciones, explicando el funcionamiento y la capacidad del equipo.

Una vez terminado el grupo quiso presentarse, pero una vez más se toparon con un muro de hielo.

—No es necesario, los conozco mejor de lo que creen, tengo todos sus datos y he aprendido párrafo por párrafo la historia de sus vidas, yo lo sé todo.

Ante esas palabras a todos les recorrió un escalofrío enorme.

—Bien, nos veremos el martes de la próxima semana, me voy a casa, cualquier cosa mi secretario personal tiene mi número, si no saben cómo contactarlo, para algo está la CIA, ¿necesitan algo más?

—¿Usted no vive en la casa blanca...?

—No, no vivo ahí. Lo hice en un pasado, pero me estresaba tanto que terminaba colapsando cada tres meses, así que ya no vivo más ahí, ni siquiera estoy en la capital, así que cuando vengo dos veces a la semana quiero que vayan al grano porque les estoy dedicando parte de mi precioso tiempo y espero que sepan utilizarlo, ¿de acuerdo?

Al no haber respuesta en los cinco segundos que esperó, solo prosiguió.

—De acuerdo, hasta el martes. No me decepcionen como los ineptos que se acaban de ir, o me las pagarán. — advirtió antes de salir del lugar.

Con paso rápido y firme que le daban un aire de superioridad y poder infinitos fue que llegó a la diminuta cafetería que se escondía entre los edificios de la ciudad.

Nada más entrar se dirigió a la mesa en la que estaban Pierre, Mauricio, Caden y Ricardo, tomo asiento entre los hermanos y ordenó un café cargado.

—¿Y bien? — indagó su primo con genuino interés.

—No se ven tan estúpidos, pero no canto victoria, falta ver como se desempeñan. —aseveró.

Mauricio lo miró largo y tendido, notando todos los músculos tensos del rubio.

—¿Quieres un masaje llegando a casa, ojitos claros? — ofreció viendo la tensión acumulada en él.

—Me parece un buen plan, patio trasero. — se burló el otro.

—Vete a la chingada. — se enfurruñó México, dando a entender que se vengaría más tarde.

—¿No puedes tener más tacto con ellos una vez? — inquirió Pierre. — hasta a nosotros nos das miedo.

—¿Tacto?, ¿con esos niños malcriados?, ni lo sueñen, mi Estado funciona porque somos unos hijos de perra con los mocosos, y aun así se nos revelan... estúpidos niñitos mimados.

—Ya recuerdo que es lo que más odio de ti. — comentó México de forma amarga.

Andrew sonrió con superioridad y le acarició la cabeza, haciendo que el mexicano se relajara bajo su tacto.

—Lo sé, lo sé. Pero soy su vecino, su líder político y se aguantan.

—¡Jodido enfermo!

—tu es un connard complet! — chilló Pierre.

Con una sonrisa petulante, Estados Unidos disfrutó los insultos de sus familiares, de sus "posesiones" más preciadas.

Después de todo es un imperio, ¿y qué clase de imperio sería sino tuviera posesiones más amadas?, tal vez sonara retorcido, pero ese era el único concepto de familia que él tenía.

Y ellos lo habían aceptado, sabían que era en lo que se metían... y no podía estar más feliz con ello.

CRÓNICAS NORTEAMERICANASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora