POQUITO A POCO.

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—Hay veces en las que me pregunto si en serio me tienes aprecio, Andrew. — dijo Mauricio con lágrimas en los ojos. — hay días en los que solo me siento como una carga y tu actitud solo me hace darme cuenta de que sí lo soy.

El rubio abrió los ojos con pasmo, sentía que el aire le faltaba.

<< ¡No!, no es cierto, por favor, ¡no digas eso!, yo te quiero...yo te quiero>> gritaba su mente, más su boca no pronunció ni una sola palabra.

Caden y Pierre le miraban casi con reproche su silencio en un momento tan importante, pero Andrew no podía dejar de temblar de miedo, nunca le ha dicho al mexicano que lo estima o que le quiere, siempre ha dado por sentado que el otro lo sabía.

Esto escapaba de su rutina, de su control... y le daba miedo.

—No digas tonterías, déjate de cosas estúpidas y céntrate en el trabajo. — espetó con un tono que sonaba a regaño, pero el pelirrojo canadiense había notado el leve temblor en su voz, el casi imperceptible tono de súplica implícito.

Por su parte, el pelinegro quebequense casi bullía en nervios, el mexicano llevaba ya varios días mal y lo que menos necesitaban era que por culpa del americano este se hundiera aún más.

—An... — sollozó el mayor. — necesito un abrazo...

—P-pídeselo Caden o a Pierre, seguro estarán encantados...

<< ¡Quiero abrazarte, lo juro!, pero no puedo, no debo ser débil, no fui criado así... por favor... por favor perdóname.>>

—An... por favor, solo uno, no se lo diré a nadie. — chilló Mauricio con un tono ya desgarrado, a punto de gritar.

Con miedo, Andrew se acercó poco a poco, con miedo, con reticencia, una vez cerca de la cama el mexicano se lanzó de lleno a abrazarlo.

El estadounidense se tensó, por un momento el contacto le produjo repulsión y asco, no estaba acostumbrado al contacto ni a tratar al hombre entre sus brazos como un igual o como alguien tan frágil.

Mauricio siempre era el fuerte, el valiente, el que le retaba, el que le iba en contra, el que de algún modo burlaba parte de sus barreras, aquel que lo soportaba siempre, el hombre que jamás había llorado ni siquiera bajado la mirada ante él o sus caprichos, pero ahora...

Ahora estaba llorando entre sus brazos, siendo un ser humano roto y traumatizado, un ser necesitado de cariño, alguien emocional, alguien frágil, alguien diferente, alguien fuera de sus cabales y fuera de su control... era alguien diferente.

Y eso le daba miedo.

Los canadienses los miraron un poco más antes de unirse al abrazo y crear uno grupal, intentando confortar y dar mimos.

Poco a poco las náuseas y el rechazo al contacto cedieron en el cuerpo de Andrew y entonces notó unas cuantas lágrimas resbalar por sus mejillas...

Y entonces sonrió, no dejaría de ser él mismo por un abrazo o una caricia, no dejaría de ser el mismo por conocer otras facetas de sus compañeros, al contrario, sabría más y eso lo haría más fuerte, lo enfrentaría poco a poco.

Podía con lo nuevo, solo debía recibirlo poquito a poco.

CRÓNICAS NORTEAMERICANASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora