CALMA

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Pierre solo se limitaba a abrazar a Mauricio y tratar de distraerlo de la discusión de hace poco.

Aunque es grato tener al mexicano entre sus brazos, no lo es el estado en el que está... tiene miedo de verlo hundirse otra vez.

—¿En serio soy asqueroso y sin un lugar? — preguntó un alarmantemente calmado México.

Pierre suspiró y continuó acariciando los cabellos de su amigo.

—No... no eres asqueroso y tu lugar es con nosotros... sabes que Andrew solo suelta estupideces cuando está enojado.

—No conocí a mis otros padres... y aún así presumo de estar orgulloso de ellos.

—Ese imbécil tampoco, solo conoce a Inglaterra y no puede presumir una buena relación con él, a diferencia tuya con España.

—mhm...

—Mex, basta. Se dijeron cosas muy hirientes. Los dos. Así que hablen una vez se les pase el enojo.

—¿Puedo dormir contigo un tiempo?, no creo que An me deje en paz esta semana.

Quebec sonrió con algo de tristeza antes de besar la frente de Mauricio con ternura y delicadeza.

—Claro que sí, Alex, por mí encantado.

Este era el tipo de calma que Pierre tanto odiaba, una calma densa, tensa, una calma en la que hasta él podía sentir el arrepentimiento y miedo de Andrew, un tiempo en el que la tristeza y el dolor de Mauricio se huelen en el aire.

Ambos canadienses le llaman el arco de la desolación porque, por un buen rato, pareciera que no son sus amigos los que están ahí presentes, sino sus sombras.

—Si An se disculpa mañana trataré de arreglarlo rápido, lo prometo.

—No te presiones, cosita, no te presiones.

Como odia esto...

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