PINTURA.

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Pierre miraba con recelo la pintura frente a él, sin saber si ese detalle era esperanzador o, todo lo contrario.

Quebec siempre había admirado todo en aquella pequeña casita que se ha convertido en su refugio "familiar", tan cálida, tan hogareña, tan colorida y tan ... tan suya...

Siempre le habían gustado las pinturas de la casa, pero esa en particular, le causaba enojo.

—La odio. — susurró.

La dichosa pintura mostraba a Mauricio en su faceta de recién casado, vestido con un finísimo traje blanco acompañado de un tocado con velo que cubría levemente su rostro, al lado derecho se encontraba Austria, con cara seria y portando un elegantísimo traje negro, y finalmente, al lado izquierdo, estaba Hungría.

Deméter parecía ser el recién casado, tenía una sonrisa llena de felicidad en la cara, sus ojos grises parecían plata pura reflejando la felicidad que sentía, ataviado con un bellísimo traje rojo con bordados dorados y abrazando por los hombros a México; viéndolo desde ese punto pareciera que Hungría había sido el que contrajo las nupcias y que Clemens solo fungió de padrino por obligación.

El recelo que le causaba la pintura no se debía a lo retratado en sí, no, no le dolía ver a Mauricio dar una hermosa y brillante sonrisa en la muestra pictórica, lo que le dolía era la forma en que esa cosa incidía en su presente.

Pierre nunca ha visto una sonrisa tan feliz y sincera como la que se muestra en la pintura.

Quebec no ha tenido nunca un acercamiento así de íntimo como para que México le permitiera acercarse por detrás y sorprenderlo.

Él nunca ha experimentado la confianza plena que esos dos tienen, no, él tiene que resignarse a sentirse incómodo por días al ver a Mauricio siendo cordial pero distante luego de una de sus muy esporádicas peleas.

Odiaba que ese par de europeos mimaditos le echaran en cara que ellos poseían algo que anhelaba y que nunca podría llegar a tener.

"Puedes tener cuantos cónyuges quieras, pero esposos, esos solo somos nosotros, corazón, ni siquiera lo niegas."

Y la sangre le hierve en rabia cuando recuerda esas palabras burlonas dichas por el húngaro, palabras hirientes que sacó relucir frente a Caden y él a modo de "inocente" broma pero que a ellos les dolió hasta el tuétano.

Mauricio había contestado con algo que lo hiso sentir un poco más relajado, pero lo enfureció de un modo muy extraño:

"No me puedo deshacer de ustedes, lo sé; por fortuna no existe el divorcio entre naciones, y eso te agrada mucho, ¿o no, panecito?"

El comentario había sido muy ambiguo y a los germanos en su totalidad les arrebató una gran risa, el único eslavo de la mesa le sonrió presuntuosamente y le besó la mejilla. ¿y qué hiso Mauricio?, nada, absolutamente nada.

Por eso odiaba esa maldita pintura, porque le restregaba en la cara que él siempre sería solo el "cónyuge" jamás el esposo, el consorte, el compañero...

Él solo estaba destinado a ser el concubino, el amigo con derechos, una nación privilegiada en asuntos íntimos.

Por eso odiaba esa maldita pintura, y más se odiaba a sí mismo por no perder la esperanza de que algún día podría cambiarla por una en la que los protagonistas fueran Caden y él, en su boda con Mauricio. 

CRÓNICAS NORTEAMERICANASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora