Capítulo 7

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Al entrar en casa me quité los zapatos y los lancé al aire con los pies, ni siquiera presté atención a la parte del suelo en la que cayeron, estaba demasiado concentrada en no parar de caminar. Me desabroché la camisa mientras me dirigía a la nevera a sacar una cerveza, haciendo una parada antes en el cubo de basura donde sin dudar, solté la carpeta. Volví al salón y terminé tirándome en el sofá con la mirada perdida y un botellín en la mano, manteniendo sólo en mi cuerpo la ropa interior porque el resto de las prendas quedaron desperdigadas por el piso. Apoyé los pies en el asiento y tras colocar mis brazos cruzados sobre las rodillas hundí la cara en ellos.

Ahora llegaba el encierro y la soledad, sintiendo como las paredes se vencerían sobre mí durante horas. Ahora llegaba la frustración y la desesperación, recordando aquella humillante escena en el despacho después de todo lo que hice. Ahora llegaba el miedo y la incertidumbre sobre mi futuro, me había dedicado a planear mi vida para no dar ni un paso en falso que me impidiera lograr mi objetivo, sin embargo, resultó que mi meta ya estaba truncada sin que yo cometiera un error. Ahora llegaba el desolador llanto, que contenía desde que escuché esa maldita frase "Creemos que su perfil no es el adecuado para el puesto que tenemos disponible, ya que tan sólo limitaría sus capacidades y no permitiría que las explotara como es necesario" ¿En serio? Su argumento se apoyaba en mi... no sé... sobrecualificación o acaso era superdotada y no lo sabía, por supuesto que no, simplemente se descargó esa frase de www.razonesestupidas.es; en el apartado "Despedir a un trabajador y no morir en el intento". O yo me llevé toda la inteligencia, que por desgracia, la naturaleza no quiso desaprovechar en él o realmente, era tan capullo que le daba igual cualquier persona.

Sentí desbordar impotencia por mis ojos durante bastante tiempo, no era consciente de la hora que era, aunque podía llegar a intuirlo por la intensidad y el matiz de la luz que lograba entrar esquivando la persiana y que advertía de una pronta caída del sol, seguramente serían cerca de las nueve y media.

Entonces hubo algo que me interrumpió, interrumpió mi enajenada soledad, sonaba el timbre, lo ignoré mientras intentaba mantenerme en silencio, pensaba que habían desistido de su propósito cuando volvió a retumbar ese maldito ruido en una casa muda. Fuera quien fuera ¿no se pensaba ir? Al segundo comencé a escuchar golpes en la puerta y una voz que acabó de nuevo con la tranquilidad del lugar.

–Carol, amiga. Soy yo. Ábreme.

Continué sigilosa en una verdadera batalla campal conmigo misma en la que yo era mi mayor aliada y mi peor enemiga simultáneamente. Una parte de mí quería exactamente lo que estaba haciendo, quedarme callada y sola, sin embargo, algo también me decía que abriera, que necesitaba compañía en este momento y Bea era la persona perfecta. Me estaba decantando por la primera opción hasta que ella insistentemente retomó la palabra, a la vez que volvía a hacer sonar la madera de la puerta con los nudillos

–Carol, he tenido que coger tres líneas de metro como siempre, para llegar a tu piso en el culo de Madrid, así que me niego a quedarme aquí plantada. Me abres o llamo a un cerrajero y le digo que me olvidé la llave dentro.

–Que te jodan, Bea.

–Sabía que estabas ahí, amiga.

–Te equivocas, no estoy.

–¿Y con quién hablo, cacho tonta?

–¿Con el fantasma de la niña del ático?

–Ábreme o voy a saludar a tu vecino del quinto, que el otro día le eché el ojo.

–Tiene novia, imbécil.

–Por unas se deja a otras, ya lo decía mi abuela.

–En ese, unas, no entras tú ¿eso también te lo dijo tu abuela?

–Aunque no me veas que sepas que estoy sacándote el dedo, el de medio además. Y ahora ábreme o te prometo que subo y le cuento que me has mandado tú, para intentar que le ponga los cuernos a su chica.

–No te lo crees ni tú.

–Pruébame entonces.

La conocía a la perfección y realmente era capaz de presentarse en su piso, así que evitando posibles altercados con la policía por una loca acosadora, abrí la puerta y sin esperarla regresé al sofá de nuevo. A los pocos segundos aquella hiperactiva ya estaba frente a mí dando saltos.

–Carol, my girl ¡Felicidades! ¡Enhorabuena! Y mil chupipalabras más, ya sabes que tus triunfos laborales siempre serán borracheras para mí –gritó enérgicamente mostrándome una botella de champagne que escondía a su espalda, para justo después subirse de pie en el sillón– así que sigue con los logros, amiga, que yo seguiré destrozándome el hígado a tu salud.

–Bea ¿Qué es exactamente lo que tenemos que celebrar? ¿Qué me echaron por la puerta de atrás? ¿Qué la típica modelo sin cerebro ocupó mi puesto? ¿O qué no sé que voy a hacer ahora con my life, querida? –cuando terminé de hablar el corcho de la botella salió despedido por algún lado de mi salón, mientras su expresión se desdibujó hasta no distinguir qué reflejaba.

–Yo... yo... ¡Qué hijos de puta! Los ricos siempre dando por culo es que...

–Cállate, Bea –la interrumpí antes de que continuara desahogándose porque mis ganas de escucharla no existían.

–Pero...

–Cállate –de nuevo sobrepuse mi voz a la suya.

–¿Me vas a contar qué ha pasado? ¿o tampoco?

Le conté sobre la reunión sin detallar demasiado y por supuesto, ahorrándome las posteriores escenas con Nacho, esas no le importaban a ella, ni me importaban a mí.

–Estás de suerte, amiga. Ahora mismo tengo entre mis manos la solución provisional a tus problemas.

–Ya pensé en quemar su coche, así que un botellazo me parece poco.

–El único botellazo te lo vas a dar tú.

–Elegiste el peor día para tus chistes malos.

–No estoy bromeando, Carol ¿Tú quieres olvidar, no?

–Preferiría retroceder en el tiempo.

–Por favor, tampoco me pidas milagros que no tengo el bolsillo de Doraemon.

–Sí, quiero olvidar aunque sea para dormir un poco.

–Olvidar, vas a olvidar. Dormir, no vas a dormir ­–Bea, desapareció entonces del salón elevando la voz para seguir hablando­– ¿Sabes lo bueno de esto? Puede escucharte como cualquiera, sin embargo, calla como nadie –regresó con dos copas–, te acompaña en cualquier momento, en las alegrías y en las penas, en la salud y bla bla bla, pero psicológica y económicamente –agarró el champagne y empezó a llenar mi copa hasta el borde– sale más barato y mejor que el matrimonio –me tendió la copa– bébetela de un trago, venga.

Nota mental: buscar otra chica que cubra la plaza de amiga que Bea está dejando libre esta noche, con sus intervenciones dignas de un Platón demacrado por la irracionalidad del mundo, que se acabó pasando al lado oscuro del empirismo viviendo entre unicornios voladores con una incesante sobredosis de lacasitos.

Y de un trago me la bebí, esa y las dos copas que le siguieron. Lo cierto es que no había conseguido olvidar pero en lo referido a las percepciones sobre lo sucedido, creo que el alcohol tampoco estorbaba en mi organismo.

Lo InesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora